Heinz Zimmermann ¿CUÁLES SON LAS CONDICIONES PARA ACTUAR DE MANERA RESPONSABLE EN LA LIBRE VIDA ESPIRITUAL? La Escuela Waldorf puede ser un vivo ejemplo del hecho, como un órgano de la vida espiritual se configura concretamente. Generalmente con rapidez nos disponemos a constatar que una escuela tiene que estar libre de influencias estatales, que la libertad de los maestros debe ser una condición básica para una educación hacia la libertad. También el maestro individual busque requerir para sí mismo, la libertad frente a los demás. En mucha menor medida empero, se está tomando en cuenta la segunda parte del problema: ¿Cuáles son las condiciones para actuar de manera responsable en la libre vida espiritual? Poseer libertad frente al estado, de hecho tan solo es la responsabilidad de cumplir ese espacio libre, coherentemente en el servicio a la educación ¿cuáles son las condiciones de esta auto-administración? ¿De qué manera podemos trabajar unidos, responsables frente al organismo escolar? ¿Cuáles son las formas laborales de un comunidad escolar que se basa en el fundamento de buscar y cultivar las formas de trabajo de una manera consciente y moderna hacia la relación con un mundo divino espiritual? Todo aquel que conoce la realidad de las Escuelas Waldorf sabe, que estas cuestiones pertenecen a las más candentes, de cuya respuesta depende su existencia. A su vez empero, mediante la configuración de una auto-administración tal, poseemos una misión pionera a modo de un camino de investigación, en el cual tiene que compenetrarse el conocimiento y la práctica. Al descubrir este carácter de investigación, también nos resulta más fácil manejarnos con las imperfecciones, y de no maldecir las cuestiones del trabajo mancomunado, festaciones acompañantes, con sus crisis y caídas como molestas manifestaciones acompañantes, que nos alejan de lo esencial, sino de saludarlas a modo de desafíos estimulantes. De hecho tenemos que procurar la humildad de reconocer, que con el desarrollo de la libertad y con ello la configuración de nuevas formas de la colaboración mutua, nos encontramos en un comienzo, teniendo frente a nosotros un desarrollo futuro de siglos. Lo que sin embargo podemos constatar nítidamente de hecho a partir de los problemas de la cooperación, es el hecho de que se encuentran desgastadas definitivamente, todas las normas convencionales o capacidad de carga provenientes de la tradición. Solamente aquello que por los involucrados es emprendido a partir de la iniciativa y el conocimiento de la actualidad, posee fertilidad y fecundidad. Esto sin embargo no nos impide, aprender del pasado. A continuación haremos esto, contemplando brevemente las comunidades de vida y de trabajo del convento medieval. Contrariamente a lo que sucede en las comunidades antroposóficas, podemos observar una forma ideal, plenamente formada y desarrollada, de hecho empero a un grado de conciencia perteneciente al pasado. Ciertamente, las comunidades antroposóficas están ligadas al convento, por su orientación de misiones pertenecientes a un mundo suprasensorio. Partiendo de Benedicto de Nursia en el siglo 6, la vida del convento medieval se ha desarrollado hacia una forma comunitaria ejemplar, creadora y portadora de cultura. Bajo la influenciada del reglamento benedictino, con el fundamento “ora et labora!, el convento medieval se convirtió en el centro cultural de hecho. Al lado del saber teológico y filosófico, al lado de poesía y arte dialectico, también son los aportes sociales-prácticos, que desde el convento fluían a la sociedad: el cultivo de árboles frutales, la medicina, la química, la escuela, el albergue, y la asistencia a los enfermos son algunos ejemplos. El hecho de que al respecto también hubo manifestaciones de decadencia, unilateralidades y crisis, está dado en la naturaleza del asunto, no debería empero desviar la mirada del efecto fructífero, pleno de bendición de esta forma comunitaria. Al lado de las grandes diferencias según los reglamentos de la orden, la región y la fase evolutiva, etc., se fue formando algo así como un auto-conocimiento o una figura ideal, que podemos descubrir a pesar de toda diversidad individual. Al pasar a continuación a un experimento ideológico, tendremos en mente a este carácter-modelo. En la comunidad del convento, sin lugar a duda, tenemos un modo ejemplar del trabajo y de la vida, y por el otro lado, esta forma pertenece al pasado y no puede ser trasladada simplemente a nuestra época. ¿Qué elementos son intemporales, y cuales se hallan sujetos al tiempo? ¿De qué manera tenemos que transformar los elementos sujetos al tiempo, para que se correspondan con nuestra conciencia de la época? Para poder contestar estas preguntas, tratemos de describir las condiciones de la vida en el convento medieval, para descubrir allí lo primario, para preguntarnos luego, como estas condiciones pueden ser realizadas-acorde con la conciencia moderna, por ejemplo en una escuela Waldorf. Es así que por un breve tiempo nos trasladaremos a la postura de una persona creyente de la época medieval. EL CONVENTO A MODO DE COMUNIDAD IDEAL DE LA EDAD MEDIA Quien entraba en un convento medieval, sabía que se única a una comunidad, que mediante la conducción de su vida y todas sus instalaciones estaba tratando de cumplir la voluntad de Dios sobre la tierra. El sentido y la meta eran tanto para el individuo como también para la comunidad, encontrar el camino hacia el Cristo, para convertirse en su siervo. En el sentido bíblico, esto significaba abandonar padre y madre, vale decir, superar lo vínculos de la sangre, para ubicarse dentro de un contexto espiritual. Al respecto era necesario, que al entrante se le concedía en tiempo de preparación – el noviciado: él mismo debía examinarse, si esa decisión vital era apropiada y a su vez, era examinado por los representantes del convento, acerca de su aptitud para esta vida. El novicio era entregado al cuidado especial de monjas y monjes experimentados. La entrada se convirtió en obligatoria, con la emisión de los votos, que tenían validez para toda la vida y no podrían ser violados jamás. Esto quería decir, que el entrante reconocía las condiciones de esa vida del convento, prometiendo convertirlas en suyas propias. Aunque hubo diferencias en los distintos reglamentos de las órdenes, al lado de los mismos se cristalizaron tres votos principales, que en la alta época medieval prácticamente estaba contenidos en cada reglamento del convento: obediencia, castidad y carencia de posesión. Mediante el voto de la obediencia, se reconocía la jerarquía del convento, prometiendo obedecer a aquel que tuviera un rango superior. En el trasfondo de ubicaba la convicción, de que la instancia superior (Abadesa-Abad), mediante su función a su vez llevaba a cabo la voluntad de Dios, de modo tal que se generó una jerarquía de la obediencia, desde la simple monja hasta Dios. Existía la convicción de que todo lo espiritual se hallaba jerárquicamente ordenado y de esta manera la jerarquía terrenal reflejaba la celestial. La voluntad propia debía ser vencida a favor de la voluntad divina, pro el hecho de que por la voluntad propia el hombre se alejaba de Dios. Este primero voto, siendo el más importante que se refiere al espíritu del hombre, apoya la jerarquía dad y reconoce al espíritu de la autoridad. El segundo voto, el de la castidad, a menudo era limitado al ámbito sexual. El celibato formaba parte de ello, pero en términos generales era la primera de la pureza del alma. Para poder recibir al Cristo en el alma, era necesario preparar al alma dignamente para esa elevada misión. Naturalmente a su vez subyace también la idea, de que una vida familiar con todos sus compromisos impide el ejercicio de las tareas del convento y además es justamente la comunión sanguínea, la que debe ser reemplazada para una comunión espiritual. El tercer voto, la carencia de propiedad, que se refiere al hombre portante de un cuerpo, debía impedir una fuerte ligadura a los bienes terrenales. Se adhiere estrechamente a las muchas palabras del Cristo en la concreta configuración a través de los Apóstoles, que reciben aquello que los hombres les conceden por voluntad propia. Las dos grandes ordenes mendicantes, que fueron fundadas en el siglo 12, los Franciscanos y los Dominicanos, ubicaron en un primer plano a esa pobreza apostólica, mientras que otros representantes solamente destacan la renuncia a los bienes personales: todo pertenece a todos, y además hubo conventos muy ricos. Mediante la prestación del voto, el entrante reconoció al reglamento de la orden de carácter obligatorio – también para la abadesa y el abad- que a menudo estaba fijado por escrito en voluminosas exposiciones hasta en sus pormenores prácticos (por ejemplo , qué castigos sucedían a qué delitos), determinando la vida en el convento. Por lo tanto, mediante el voto se tomaba la decisión de instaurar la vida según estos mandamientos. Los muros delimitaban esa vida de la vida anterior en el mundo externo. Todo aquel que quería entrar al convento o salir del mismo, tenía que pasar por el lugar donde se encontraba el portero, los ámbitos de adentro y afuera se hallaban claramente separados – la palabra Kloster (convento en alemán –claustrum en latín) están indicando “lo cerrado”. A diferencia de la ermita, esto empero no significaba la retracción absoluta del mundo. Tal como ya lo hemos dicho, los conventos han tenido u fuerte accionar en el mundo circundante, estas relaciones empero, estaban claramente reguladas, más allá de la voluntad de las diferentes monjas y los monjes. Todo el trabajo se realizaba para el conjunto y estaba estipulado acorde a ello. Mencionemos aun, en último elemento de fundamental importancia: el culto de las sagrada comunión, que ocupaba una parte fija del curso del día, constituía la unión espiritual, la nutrición del espíritu y la sangre vital de comunidad del convento, que por esa razón también puede ser llamada Comunidad de la sagrada comunión. Aquello que la monja individualmente llevaba a cabo en su celda con respecto a la unificación con el Cristo, sobre el místico camino del aprendizaje, era escuchado y hallaba su culminación en el camino de cuatro etapas de la misa, a través de la anunciación, el ofertorio y la transformación hacia real unificación espiritual con el Cristo en la comunión. Resumamos: la comunidad del convento medieval se basada sobre una severa jerarquía, que en el sentido del principio de la autoridad actuaba desde arriba hacia abajo, era apoyada por un reglamento obligatorio del convento. Solamente podía ser integrado aquel, que al cabo de una época preparatoria ponía su voto como decisión de vida. La base espiritual portante, ha sido la santa comunión compartida. LA COMUNIDAD ESPIRITUAL DEL SIGLO 20 Cuando como personas del siglo veinte escuchamos palabras tales como jerarquía, autoridad, regla obligatoria de una orden religiosa, muro, voto y culto, percibimos sobre todo, lo espantosamente anticuado el lado opuesto a nuestra conciencia de la libertad. Conocemos fehacientemente el impulso anímico que quiere trasladarnos a épocas pasadas. Conocemos dentro de nosotros al impulso anímico, que quiere trasladarnos a épocas pasadas. Cuan hermoso seria, el no tener que pensar siempre por nosotros mismos, si alguien nos dijera lo que debemos hacer. Qué bueno seria, si pudiésemos movernos dentro de un seguro orden dispuesto por Dios, resguardado dentro de una comunidad vital claramente definida, que nos ampara cuando nos tornamos enfermos o viejos, sin la lucha existencial cotidiana, sin preocupación por la existencia material, y adicionalmente aun, con la certeza de servir a una meta superior, de conducir una vida de agrado a Dios. Y de esta manera, muchas manifestaciones – también en las comunidades de trabajo antroposóficas – son restos anacronísticos medievales no transformados: fe en la autoridad, dependencia del juicio y de la voluntad de otros, añoranza de calma y de orden, fe de revelación, sentimiento hostiles con respecto a la economía y a la técnica, etc. Trasladar al convento medieval al presente sería imposible, sería un sueño del pasado, nostálgico. Y sin embardo no tenemos que dejar de ver, que ha sido una forma de vida, que en su época ha producido cosas grandiosas. Es por ello que en un paso siguiente, trataremos de desprender lo intermporal de lo condicionado al tiempo, para relacionarlo luego con los problemas actuales del trabajo mancomunado. EL PRINCIPIO JERÁRQUICO Solamente aquel puede obtener un grado evolutivo superior, que puede elevar la mirada hacia ese lugar más elevado. Esa postura transformada en sentimiento, es el sentido religioso fundamental. Así comienza asimismo el sendero del conocimiento de Rudolf Steiner, con el cultivo de la devoción: “Si dentro de nosotros no desarrollaos el sentimiento profundo de que existe algo superior a nosotros, tampoco podremos encontrar en nuestro interior la fuerza suficiente para desarrollarnos hacia algo más elevado. La altura del espíritu solamente puede ser alcanzada, pasando por el acceso de la humildad.” (g A 10, pág.21) Al tener la convicción de que existe la evolución hacia lo más elevado, necesariamente llegamos a la idea de la jerarquía – de hecho no a una jerarquía estática, solida, sino una jerarquía dinámica, que constantemente cambia en el tiempo. El niño tiene un impulso natural de atenerse en aquello que aun no es como niño pequeño, físicamente eleva la mirada hacia el adulto, luego siendo alumno, lo realiza anímicamente, reconociendo la autoridad; joven se orienta hacia lo ideales y ejemplos de su propia elección a los que busca imitar; y de esta manera, en el Cristo puede ver un ideal humano, que frente al os hombres ha ubicado una futura meta evolutiva en el corre del tiempo: Cristo, como el ser que encarna todas las posibilidades evolutivas del ser humano y que por tal razón, también fuera llamado por Rudolf Steiner “Representante de la Humanidad”. Sucede empero que justamente el Cristo transforma fundamentalmente la imagen de la jerarquía. En la ablución brinda un ejemplo del futuro trabajo compartido: el avanzado en la evolución, presta su ayuda al inferior. El principio del poder, que en la mayoría de las veces equivocadamente se relaciona con la jerarquía, a través del acto del Cristo, se transforma en el principio del amor y de la entrega, en servicio prestado al otro. Quien niega la realidad de la jerarquía en lo espiritual, necesariamente tiene que negar la superación evolutiva espiritual. Pero justamente entonces, cuando al principio jerárquico lo relacionamos con la idea de la evolución, se nos revela un pensamiento nuevo, de elemental importancia par al vida comunitaria. Un ser espiritual como lo es el hombre, solamente puede evolucionar hacia algo superior, cuando eso superior participa en él como posibilidad. En lo espiritual no impera la distinción, sino compenetración. Por lo tanto en cada ser humano sea cual fuera el nivel en el cual se encentra, vive algo de la espiritualidad máxima. A través de toda la diversidad con referencia a las facultades y dotes, fluye el espíritu divino, que une a todos los seres humanos. Con ello, la prevalente contradicción entre individualización y formación comunitaria, llega a una conjunción espiritual superior. E lo más profundo, de esta manera se unen ambos ideales de la igualdad y de la diversidad individual. En la Edad media, por lo general el aspecto estático de la jerarquía era marcado con énfasis mayor que el dinámico. El cargo y las misiones de los portadores de la responsabilidad eran determinados de antemano. Era la jerarquía institucionalizada con la extensa identidad de persona y de cargo. El espíritu no podía actuar donde quería, sino acorde al orden de rango pre-establecido. Al contar con el hecho de que la renovación espiritual hoy procede exclusivamente del espíritu individual, de su iniciativa y capacidad laboral, resultan aspectos muy diferentes. Una comunidad que trabaja o partiendo una meta, tiene que estar interesada de que las facultades puedan desarrollarse, aun siendo diferentes individualmente, según la misión a ser cumplida, con la mayor libertad posible. Aquí de ninguna manera puede imperar el principio de la igualdad “todos tienen que hacer todo”. Hoy, todos estamos de acuerdo en que solamente el cirujano experto puede llevar a cabo una operación. A nadie se le ocurriría proponer que todos tendríamos que intentar alguna vez esta misión. Resulta empero casi sobre-entendido, que en las Escuelas Waldorf, cada uno alguna vez dirija la conferencia, independientemente del hecho si existen las capacidades para ello, y a menudo hasta sin tomar en cuenta de que para ello tenemos que facultarnos. Algún muy diferente seria, si regularmente se mantendrían miradas retrospectivas sobre el curso de una conferencia o el curso de una decisión, o si uno o varios participantes, desde un comienzo se encargaran de esa misión. Entonces de hecho podría ser llevado a cabo un proceso de aprendizaje. Cada persona necesita el conocimiento de sí mismo para su desarrollo. Del mismo modo es menester en la comunidad, llevar a cabo determinación de ubicación, como fundamento de posibilidades de desarrollo. Resulta ser una condición decisiva de una libre vida espiritual, reconocer las facultades para las respectivas misiones a realizar. Esto significa, tomar en cuenta las diferencias entre aquellos que participan de las tareas. Es absolutamente positivo, si de vez en cuando nos formulamos la pregunta: ¿Qué capacidades viven en nuestra comunidad? ¿Conozco realmente a mis colegas? ¿O tal vez se encuentran ociosas grandes capacidades? El interés por el cooperador muestra ser condición previa inalineable de una comunidad auto-administrada. Solamente cuando me intereso por el otro, puedo conocer sus capacidades. Es una experiencia frecuente, que se desarrollan capacidades latentes, cuando son estimulados por el interés de lo demás. Frecuentemente podemos experimentar que cooperadores experimentan un crecimiento sobrepasándose, cuando su competencia es reconocida, y lo por ello rendido es deseado y aguardado. También lo opuesto puede acontecer. Quien al otro lo supone incapaz, o muestra interés ninguno por su trabajo, lo paraliza o debilita su productividad. Es excepcionalmente valiosos para el trabajo compartido, si el individuo regularmente tome conciencia acerca de si tiene claras imágenes de los impulsos las capacidades y los rendimientos de sus colegas, y hasta del hecho si es conocedor del modo de trabajo de los más. Al realizar esto por vez primera, se descubre-a semejanza como sucede con el maestro den el grado con sus niños – que esas imágenes son de una nitidez muy diferenciada. De algunos sabemos exactamente cómo actúan en su conjunto y otros se mueven en el borde de nuestra conciencia, o han caído por completo de la misma. Y de la misma manera como el maestro puede asumir a modo de misión, integrar justamente aquellos niños al centro de su atención, que son pálidos, no-llamativos o apáticos, así lo podemos llevar a cabo con respecto a las personas, con las cuales compartimos las tareas. Asumimos a modo de compromiso interior, edificar una relación consciente hacia todos nuestros compañeros de trabajo. Aun cuando esto es realizado por algunos pocos, el trabajo compartido experimentará un cambio decisivo. Tendrá como consecuencia, que en caso particular se podrá saber, quien viene al caso para cual misión, y en el trato diario se fomentará decisivamente aquel que se sentirá percibido en sus impulsos y sus facultades aunque fuese por un solo compañero de tareas. Cuanto más cobre vida esta postura, en medida tanto mayor se transforma la jerarquía pre-establecida en jerarquía facultativa, que se genera mediante el mutuo reconocimiento actualizado, movilizándose constantemente con referencia a la respectiva disposición de las tareas y también el curso del tiempo. Al respecto tenemos que tomar en cuenta dos peligros. Uno de los cuales es, que al sentimiento jerárquico no lo limitemos a la disposición de las tareas y las facultades involucradas, conformándolo en principio de rango de los ocupantes de las tareas. Se llega entonces a la antigua creencia de la autoridad, que ya de antemano nos dice, que un aporte a la charla carece de importancia, es cuestionable o es sabio, ya con anterioridad a ser formulado. La cooperación se limita entonces a reconocimiento (o impugnación) del orden del rango y un comportamiento correspondientemente inteligente, táctico. Un forma previa a esta jerarquía caduca es la “formación de un imperio”, que se genera por el hecho de que algunos cargos y tareas se encuentran institucionalizadas de manera tal, siendo relacionados con determinadas personas, que nadie más tiene acceso a ello. Se trata de lo conocidos poderes de dominio – a menudo ataviados con lleves especiales – vigilado y defendidos celosamente y con desconfianza. A un cuando la separación en diferentes rubros (por ejemplo cobro, administración de valiosas colecciones, físicas, química u horticultura) por cierto que es necesaria, se nota la sutil diferencia, cuando la tarea ya no se realiza al servicio del conjunto , degradándose en dominio propio, ya no justificable. Esto se favorece por el hecho de que de esa manera se fomenta la comodidad de los demás. “Es llevado a cabo, ya no tengo que preocupar por ello” – con lo cual se escapa de la consiente compenetración, se ha desprendido del conjunto. Cuando muere “el amo del dominio”, o se aleja, nadie sabe cómo administrar el asunto. La ideal jerarquía moderada de la capacidad frente a ello, siempre presupone, que la misma se halla compenetrada por la conciencia de los participantes laborales, que cada uno sabe lo que acontece y de qué manera, en la institución. Los manejos prácticos pueden fomentar ese ideal, reduciendo al peligro referido. De tiempo en tiempo por ejemplo, antes de la finalización anual de las clases por ejemplo, se instaura una conferencia dotada con tiempo suficiente, en la cual en principio todos los portantes de responsabilidad informan acerca de sus experiencias, contesten preguntas, tomen en conocimiento eventuales sugerencias. Luego se formula la pregunta acerca de la continuación. También un cargo que cobra sentido únicamente cuando la misma persona lo ejecuta durante varios años (por ejemplo, la conducción de un grado, delegando en la sociedad escolar, etc.) debería obtener regularmente seta confirmación, para otorgarle el necesario respaldo al responsable, para prevenir la mencionada formación de prebendas y para insertarla en la conciencia de todos. Cuando estas miradas retrospectivas y confirmaciones son reglas corrientes, tampoco serán evaluadas a modo de muestra de desconfianza. En término general, es recomendable en ocasión de la asunción de un cargo, fijar su duración y el momento de la realización de la mirada retrospectiva (en lo posible de manera escrita en el protocolo). Existe un aspecto adicional de una jerarquía justificada. Lo conocemos de la mejor manera, al examinar dentro de una sincera toma de conciencia examinaremos la postura y las misiones que nos atañen con respecto a la administración propia. Resulta ser penoso, cuando durante años no notamos que mediante nuestros aportes y propuestas nada promovemos fuera de aburrimiento y mudo rechazo. O que contantemente estamos ofendiendo a otros, sin darnos cuenta. O que constantemente estamos ofendiendo a otros, sin darnos cuenta. En este caso, pertenece al más noble servicio de la amistad, señalar estas cosas de nuestro amigo (¡Tan solo no, frete a todos en el plenario!) naturalmente se trata de extremos naturales, pero todo auto-reconocimiento muestra que en una comunidad laboral existen diferentes grados de radiación y que no todo aporte discursivo tiene el mismo peso. Con ello no nos referimos al rango de orden negativo antes mencionado, sino simplemente al hecho de que en una escuela uno tiene que decir más que el otro. Aunque algunos les cuesta aceptarlo, tenemos que reconocer ese hecho. Naturalmente, en el curso del tiempo esto experimenta un cambio, pero siempre acontece que uno tiene peso mayor que otro. Cerrar los ojos frente a este hecho, debilita la comunidad y en la mayoría de los casos conduce a una mediocridad, en la cual se cuida celosamente que uno no puede decir más que el otro. Pero también aquí tenemos que diferenciar rigurosamente entre el peso otorgado a la misión comunitaria y la dignidad general del hombre que naturalmente debe ser adjudicada a todos por igual. Además aquí también cobra validez el dicho: el espíritu sopla donde se le antoja y tenemos que evaluar en cada caso, donde está soplando actualmente en una comunidad; tal vez hoy justamente en el lugar de los mucho-parlantes, a lo cuales casi no le prestamos atención. Además al respecto es esencial la composición de los responsables. Determinadas constelaciones del destino acrecientan o debilitan las posibilidades en un colegio de los diferentes participantes o promueven otras potencialidades. A la jerarquía de la capacidad, se adhiere adicionalmente otra, en complementación, qe debe ser pensada igualmente móvil y funcional: la jerarquía de la responsabilidad. Puede suceder, que una madre de un alumno de la escuela, que asimismo puede ser una colega, de la maestra de su hijo, supere en capacidad a esa maestra. Así y todo, tiene que respetar plenamente la responsabilidad de la maestra, jamás podrá entremeterse en la conducción del grado, y puede promover algo únicamente a través de la charla, en la medida en al cual la maestra quiera acceder. Esto empero cobra validez con respecto a toda responsabilidad que fuera concedida singular o grupalmente. Aun cuando estamos capacitados de mejor manera, tenemos que refrenarnos estrictamente sobre todo también en la crítica, hasta tanto no se nos confiere la responsabilidad respectiva. El no respectar esa ley, ha causado mucho enojo, pena y pelea en las Escuelas Waldorf, y además, una irresponsable pérdida de tiempo. Esta jerarquía fluctuante se forma de manera ejemplar en todo proceso de decisión, cuando los participantes han desarrollado una conciencia en el sentido de lo aquí expuesto. La apreciación de los aportes sobre la base de la jerarquía de la capacidad y de la responsabilidad, conduce a que hasta en una decisión obtenida mediante abierta o secreta votación, de ninguna manera un principio nivelador de ecuanimidad brinda un factor decisivo. Al mirar bien las cosas, constantemente tiene lugar una evaluación de la competencia propia y aquella de quien participa la decisión. Por lo tanto, las decisiones a menudo se llevan a cabo a través de la evaluación y la importancia que se refieren a las personas y no al asunto. Así por ejemplo el peso del maestro del grado, tratándose de una medida con el alumno, será terminante en la decisión. Únicamente en casos extremos se tratará de forzar una decisión opuesta a la convicción del maestro del grado. En ese caso, sin lugar a duda, aparecerá la cooperación con el maestro de grado como punto siguiente de tratamiento en la orden del día. A aquellos que en mayor medida se hallan involucrados en la ejecución, fundamentalmente, o también a aquellos que con vigor se han ocupado con el problema en cuestión, también se les concederá el peso mayor en el problema pendiente. Sin valernos del lenguaje de una fe pasiva de expertos, así y todo tenemos que recordar los procesos forzados definitorios forma una jerarquía compuesta por la reunión del material, el intercambio de opiniones acerca de la formación del juicio hasta la decisión misma. En una fase inicial son oportunos muchos aportes discursivos para que se genere una imagen abarcativa de aquello de que se trata. En esa fase hasta es deseable, que personas que finalmente no participan de la decisión, aporten su juicio, su criterio y su opinión. A los portadores de la decisión sin embargo, los benefician tales participaciones para la formación del juicio. Todo aquel que sabe de que se trata, puede emitir su voz, la decisión requiere la continuidad en el proceso, la competencia laboral y al disposición incondicional de hacerse cargo de las consecuencias de la decisión. Esa es la disposición de riesgo del emprendedor. El criterio de dependencia, el desplazar de la responsabilidad a la “conferencia”, etc., nada tienen que ver en un moderno gremio de las decisiones. También puede ser favorable, que al cabo de la conclusión del juicio, cuando todos los aspectos han sido tratados, la decisión quede a cargo de un gremio menor, cuya decisión luego será confirmada. En algunas cuestiones podemos avanzar en mayor medida, cuando el círculo se ha reducido. Esto de hecho presupone la transparencia en el proceder de las delegaciones. ¿Qué se hace empero, cuando en el caso de desacuerdo al final, así y todo falta el abat, que tiene la última palabra? Las experiencias han mostrado, que un ideal del común acuerdo en principio, puede conducir frecuentemente a bloqueos y hasta la terrorización de la mayoría mediante una minoría, y hasta mediante una sola persona. En muchos casos es posible llegar al siguiente acuerdo: “Aunque sigo estando en desacuerdo, veo que debe ser tomada una decisión, así que a pesar de mi resistencia interior, participo del compromiso”. En algunas decisiones y justamente aquellas de profundo alcance, este acuerdo no puede ser obtenido. ¿Entonces qué? Aquí viene al caso únicamente la dimisión de la unanimidad como ideal. Así por ejemplo es poco probable, o al menos ocurre pocas veces, llegar a la unanimidad, cuando se trata de separarse de un colega que allí ha estado durante muchos años. También en decisiones que se refieren a las cuestiones de la edificación, en la mayoría de los casos, permanece en oposición. Es valedero, cuando un colegiado de maestros, en lugar de debatir en interminables discusiones acerca del valor o no-valor del principio democrático, alcanza acuerdo fijándolos por escrito, acerca de las decisiones que solamente pueden ser tomadas de común acuerdo (por ejemplo en el caso de la elección de nuevos colaboradores), decisiones en las cuales es necesaria una simple mayoría, en otras, en las cuales es menester una mayoría calificada y o tras en las cuales de la decisión no es asunto de la conferencia, sino de determinados miembros. Se sobreentiende, que así y todo, se esté en la búsqueda del acuerdo común. Esta última cuestión nos conduce al campo del antiguo reglamento del convento ¿Qué ocupa este lugar en la actualidad? ¿Qué se corresponde hoy con el voto, con la entrada consciente al contexto de la responsabilidad plena y la representación y con ello también al reconocimiento del reglamento del convento o bien de los acuerdos actualmente imperantes? ¿De qué manera se transforman la jerarquía prescripta, el muro del convento, los reglamentos de la orden, el voto y la sagrada comunión de la comunidad del convento medieval, e n las libres condiciones del moderno contexto laboral? En la primera parte lo hemos investigado con respecto a la jerarquía, que desde la rigidez propuesta, se transforma en fluctuante jerarquía de capacidad y responsabilidad con nueva formación una y otra vez, a través del alternativo reconocimiento. A continuación orientamos nuestra mirada al reglamento de la orden, al muro, al voto, al noviciado y la sagrada comunión, tal como pueden llegar a la manifestación en la actualidad. EL REGLAMENTO DE LA ORDEN El reglamento medieval del convento tenía dos funciones. Por un lado, reglamentaba la convivencia en todos sus pormenores, por el otro, era obligatorio para cada participante, independientemente de su posición. Mientras que el acto de la sagrada comunión promovía la renovación espiritual para el individuo como así también para la comunidad, el reglamento, en el sentido del ideal del convento, ordenaba las condiciones de la convivencia, conformando de esta manera una vida jurídica interna. Su accionar era eminentemente formativo. ¿Qué acontece con esa misión de una vida jurídica de compromiso en las iniciativas antroposóficas? Lamentablemente tenemos que constatar, que esa función importante, frecuentemente padece del abandono. “Todos nosotros somos conocedores de nuestras metas, ¿para qué establecer entonces acuerdos, y encima, en forma escrita? ¿Acaso, no se trataría de una señal de mutua desconfianza? ¿y no sería asimismo la expresión del hecho de que ya no funciona la colaboración mutual, plena de vida? Tales fijaciones de hecho son la respuesta a un estado insalubre.” Estas expresiones y otras similares se escuchan con frecuencia y naturalmente tienen su plena justificación, cuando los acuerdos portan el carácter de rígidas leyes. Muchos ejemplos empero muestran que la carencia de formas jurídicas conduce a la arbitrariedad o al caos, o a ambos. Cuando por ejemplo a los padres de los alumnos se les impone, que deben tener confianza al maestro de grado o al colegiado en su conjunto, esto simplemente muestra una carencia de capacidad de sensibilidad y de sobre evaluación propia. Quien no prevé declaradamente las posibilidades del tratamiento de los problemas de formular quejas, fácilmente promueve al afectado a tragarse el conflicto y retirarse amargado. La confianza mutua, naturalmente es la meta declarada en el proceso educativo, ¿pero, quien puede ser tan naiv para no saber que este ideal no siempre puede ser logrado? ¿Entonces qué? Entonces fácilmente se generan situaciones de presión, a menudo relacionados con poder inconsciente, o semiconsciente, que a su vez conduce al temor. Allí, donde no impera ni la confianza original de la fase de los pioneros, ni cobran validez claras reglamentaciones acerca de cómo proceder en el caso de un conflicto, se expande el miedo-miedo con respecto a lo demás colegas, de los colegas frente a los padres, de los padres frente a la conferencia de la escuela o determinados maestros, o de los maestros frente a los miembros de la asociación escolar: una red del miedo que todo lo transpone del miedo, a menudo envenena la convivencia de las relaciones mutuas. Muchas demostraciones de poder aparente y gestos de amenaza, son tan solo el reverso de ese miedo. Seguramente, que estos miedos se deben a causas de profundidad mayor que la carencia de reglamentaciones. En nuestra sociedad estamos viviendo en un clima del miedo, que a muy a menudo tratamos de tapar mediante una patina burguesa. El motivo más profundo, seguramente se encuentra en la perdida de una viva relación hacia un mundo divino dentro de nosotros mismos y en el otro, a modo de base primaria de la confianza. Por tal razón, contra el clima del miedo, como la tarea espiritual productiva compartida. En el contexto con la sagrada comunión volveremos a referirnos a esta tarea. Claros acuerdos empero pueden cuidar, que el miedo latente, existente en cada contemporáneo, no determine el comportamiento mutuo en la comunidad. Del mismo modo como en el reglamento medieval todos los pormenores se subordinaban a la meta, así lo tienen que hacer los acuerdos en la escuela, a lo cual asimismo pertenece el compromiso frente a todos, sin consideraciones personales. En el sentido empero, del moderno desarrollo de la conciencia, tenemos que transformar al digno reglamento del convento, amalgamándolo a un instrumento de la comunidad moderna. En principio, una moderna comunidad trata que todas las regulaciones y acuerdos sean fruto de un proceso de conocimiento y experiencia, en el cual han participado todos aquellos que en ello se encuentran involucrados. Dado que la composición de una comunidad escolar constantemente se modifica, esto naturalmente no cobra validez para cada caso en particular, sino únicamente de manera fundamental. Así y todo, cada nuevo participante en principio tiene que tener la posibilidad de modificar una reglamentación existente. Para ello tiene que poder convencer a los demás de sus nuevos entendimientos, en un nuevo proceso cognitivo. Al lado de los acuerdos de poca duración, existen otros, que presuponen una determinada validez en su duración. Cuando durante tres años se ha trabajado en la evaluación referida a las cuotas escolares o la disposición de los sueldos, difícilmente puede ser derribada al cabo de medio año, salvo que carencias agravantes obliguen a ello. El horario asimismo, un acuerdo, el comienzo de las clases, el ordenamiento de las vacaciones, el concepto del ciclo superior, son ejemplos de acuerdos que requieren y presuponen una duración mínima. En la en la vida escolar a menudo concuerdan los aspectos. Por un lado buscamos tomar nuestras decisiones a partir de metas impuestas de manera pedagógica, pero frecuentemente tenemos que reconocer que a esas metas impuestas, se oponen los intereses y los derechos de lo afectados. Siguiendo a una recomendación de Rudolf Steiner, por motivos higiénicos, por ejemplo el recreo del mediodía debería ser muy extenso; además recomienda para el horario, que las materias que apelan en medida mayor al intelecto, como la matemática, se enseñen por la mañana y las más contemplativas como los referidos al arte, en las horas vespertinas. A ambas recomendaciones se oponen los hábitos de vida de nuestra época, con la breve pausa al mediodía, y los a menudo largos caminos hacia la escuela de los niños, pero así también los deseos de los maestros, que buscan un horario favorable para ellos, vale decir, un horario lo más compacto posible. Otras metas pedagógicas a su vez, tienen que ser adaptadas a las posibilidades económicas (refuerzos del ámbito de fomento, reducción del tamaño del grado, reducción de los emolumentos, etc.) Los reglamentos de las órdenes de los conventos, marcaron los hábitos de la comunidad medieval. Estaban fijados a largo plazo y de manera obligatoria para cada persona. Los acuerdos y las resoluciones de una moderna comunidad laboral con metas de ideales, igualmente definen al cuerpo de los hábitos, con el compromiso individual, pero fundamentalmente acompañado por su propia decisión y responsabilidad. Con ello, con cada nuevo miembro, los reglamentos pueden variar, no están dados por la deidad, sino que fueron hechos por los hombres. A la pregunta acerca de la duración de las reglamentaciones por lo tanto existe solamente la respuesta: mientras que se hallan en la conciencia de aquellos a los cuales incumben. Algunas comunidades lo perciben como señal de carencia de libertad, establecer reglamentaciones de tamaño compromiso. La consecuencia muy a menudo suele ser, que en lugar de la supuesta carencia de libertad, se introducen la arbitrariedad y circunstancias del poder, que a su vez forman al cuerpo de los hábitos y desde afuera son vivenciados a modo de caos y carencia de responsabilidad. El otro extremo es toda una maleza en forma de reglamentos y formalidades, con reclamación a leyes, lo cual inhibe cualquier iniciativa propia y toda naturaleza creativa. Una comunidad laboral moderna, que involucra la libertad de cada individuo, depende del hecho de que las reglamentaciones tomadas de común acuerdo, no se encuentren al alcance de la arbitrariedad individual. Esto parece ser algo sobre-entendido, así y todo la experiencia indica que una y otra vez acontece que la liberta d se interpreta de manera tal que también al cabo de una decisión – sobre todo en el caso de que no estábamos plenamente de acuerdo – tengamos la libertad en el caso aislado, de atenernos a ella o no. Con ello empero, aniquilamos al ente comunitario y nos descalificamos a nosotros mismos, como miembro emancipado. Puede ser muy útil que un miembro del colegiado reciba la orden de realizar un extracto escrito de las decisiones conferenciales del protocolo, para poder brindar la lectura de todos los acuerdos tomados, además de entregar este material por escrito. Sucede que muchos acuerdos tal como antes lo hemos indicado, se lesionan arbitrariamente, sino que simplemente se olvidan. A partir de referencias tales se desprende que existe la corriente de una transición de aquello que se corresponde con la reglamentación de la orden, vale decir, acuerdo comprometidos a largo plazo, hasta las actuales decisiones cotidianas. Para poder definir con mayor claridad la disposición de las tareas, a continuación nos limitaremos a dos ámbitos en los cuales el no-captar o el no-cumplimiento de los acuerdos se convierte en cuestión existencial de la comunidad. Lo uno es el ámbito, mediante el cual se ignora la dignidad humana de un miembro de la comunidad, es el dominio donde la vida jurídica se eleva, ingresando a la vida espiritual; lo otro, es la implementación de una meta pedagógica, que es menester proteger: es decir, consenso acerca de la meta conjunta en su figura ideal y consenso con respecto a la protección del individuo. Mientras que el reglamento de la orden en la época medieval pudo cumplir ambas misiones, en la actualidad, mediante acuerdos escritos solamente podemos proteger en realidad la esfera jurídica, no empero la esfera de la implementación de la meta espiritual. Un ideal formulado por escrito, es un mero papel. Sucede, que los ideales no pueden ser requeridos desde afuera, solo pueden adquirir realidad vital desde el interior. Desde afuera a lo sumo se puede constatar el hecho de que ya poseen validez; entonces, en todo caso puede ser requerido el registro del nombre. Lo que empero debe ser exigido a toda comunidad escolar, son convenios escritos, acerca de cómo procede en el caso de un conflicto y qué derechos y qué obligaciones tienen los participantes. ¿Qué acontece en el caso de un despido o de una exclusión? Mucho dolor podría ser evitado si por ejemplo de manera obligatoria estuviera previsto, que con anterioridad a una demanda judicial tenga lugar n procedimiento arbitral, primero de modo escolar interno y luego externamente de la escuela. Mucho disgusto podría ser evitado, cuando desde un principio los padres tuvieran la certeza acerca de qué posibilidades tienen, en el caso de conflicto con el maestro de grado, con la conferencia, etc.: la eventual comunicación con un círculo de confianza (autoridad ombuds), queja en la dirección de la conferencia, inclusión de una persona de confianza de propia elección, etc. Ya el hecho de que existen tales claros caminos ayuda, a que no nos sintamos desamparados, posee un efecto descongestionante y crea una base de confianza. En ocasión de la inscripción de un niño o la elección adicional de un nuevo compañero de trabajo, debería ser sobre entendido explicar estas reglamentaciones a la persona entrante, explicar su contenido, entregándoselas en forma escrita. De esta manera, al nuevo colega al cabo de su ingreso no debería ocasionar asombro, que de él se espere la regular asistencia a las conferencias, su colaboración en la ejecución de las decisiones y la progresiva adopción de responsabilidad con referencia a la tarea en su conjunto. Una escuela, en al cual estas tareas con llevadas a cabo solamente por unos pocos imperturbables, más temprano o más tarde llega al colapso o pierde su identidad si no se soluciona ese problema. Los acuerdos, los reglamentos y las costumbres son saludables, cuando son consecuencia de un vivo accionar mancomunado de la meta conjunta. ¿Esto empero, cómo puede ser cultivado efectivamente y en todo caso puede ser protegido de enajenaciones? ¿Existen acaso asimismo también condiciones y requisitos con respecto a la libre vida espiritual? En vinculación al muro del convento, el voto y el significado transformado de la realización de la sagrada comunión, formularemos la pregunta acerca de la formación de una comunidad en un organismo de la vida espiritual moderna, tal como lo es una escuela. FORMACIÓN DE COMUNIDAD DENTRO DE UN ORGANISMO DE LA VIDA ESPIRITUAL – MURO, VOTO, SAGRADA COMUNIÓN La primera pregunta dirigida a la salud de la escuela dice: ¿de qué manera, con plenitud vital, los niños a ser educados están presentes a través de la conciencia, durante las conferencias? Cuando las escuelas principalmente se ocupan de sus problemas internos, cuando los debates referidos a nuevas estructuras parecen no tener fin, cuando los adultos responsables principalmente se ocupan del hecho referido a su propia convivencia, invirtiendo mucho dinero en consultas a especialistas, entonces, el organismo ya está gravemente enfermo. El arte de la educación, el encargo pedagógico, los niños mismos, forman al parámetro y la orientación interior de una escuela. ¿De qué manera dentro de las deliberaciones acceden a la vida generadora de comunidad? Solamente mediante el hecho de que tomemos en cuenta los muros del convento llevados al campo espiritual, lo que equivale a que estemos trabajando en la conciencia, de respetar el umbral entre el afuera y el adentro. Con ello no nos estamos refiriendo al muro que sin lugar a dudas debe ser desmontado entre una colectividad de maestros que se oculta detrás de los muros y no puede ser ubicado y los alumnos y padres, sino a algo muy diferente. Quien ha tomado la decisión de trabajar profesionalmente en la educación, con ese paso ha asumido una responsabilidad. Se ha convertido en representante de la pedagogía frente a los alumnos, los padres y el público. Lo que dice y hace, no es simplemente asunto particular, sino que es entendido como representación de la pedagogía y dentro de la Escuela Waldorf, además como representación del arte de la educación antroposófica. La libertad está dada en la decisión para esta misión. Una vez que nos hemos decidido al respecto, tenemos que asumir las consecuencias. Nos hallamos ahora dentro del círculo de los representantes Waldorf – ya no fuera del círculo – y mucho dependerá del hecho, de si este estado de situación es debidamente valorado dentro de las Escuelas Waldorf. Cada charla con los padres, cada medida durante las clases, cada aporte a las conferencias es expresión de esta representación, y fomenta o daña a la Escuela Waldorf, según el manejo responsable, o no de la responsabilidad. Al respecto, de ninguna manera se trata del contenido de un credo y menos aun de un dogma, sino de una postura fundamental, de la conciencia acerca del piso sobre el cual estamos parados en qué oportunidad. Con ello, nos estamos encontrando con los transformados votos de los monjes. En ese lugar cobra una importancia especial, tomar en cuenta al cambio de conciencia frente a la Edad media, porque aquí fácilmente puede mezclarse lo prototípico con lo anticuado. De hecho resulta fácil, realizar una comparación negativa de una escuela con el convento. El total copamiento de la vida privada por el servicio escolar, el apartamiento del mundo; la promesa de la obediencia, la podemos remitir a la “enseñanza” de Rudolf Steiner, el celibato, la soltería, puede ser deseable, dado que una familia tan solo distrae de los deberes correspondientes a la escuela y la carencia de posesión, de hecho ya pertenece al estándar de una Escuela Waldorf. Todo esto empero justamente es la era medieval no-transformad y debe ser reconocido como retraso, que no toma en serio la idea de la libertad. No obstante, con la entrada a la Escuela Waldorf como educador, se hallan relacionadas muchas más consecuencias que las que habitualmente suponemos y la cuestión tan solo es, si mediante un consciente proceso de decisión nos confrontamos con esas consecuencias o si de manera desprevenida caemos en las mismas. Pertenece por lo tanto a las misiones principales de la conducción, instruir al recién incorporado con los mismos derechos, con respecto a los fundamentos, la importancia y el sentido de este paso. Relacionarse con una nueva comunidad escolar de manera tal que se intente instalar el curso del día de manera tal de poder servir de la mejor manera posible a la meta común, es una meta vital; con ello asimismo se toma la decisión de entrar en actividad pedagógica sobre la base de la Antroposofía. Esto significa la aceptación de este camino de la actividad propia y de la auto-transformación, la lealtad hacia lo “espiritual en el ser humano”, a lo cual nos sentimos comprometidos por se algo superior y lo cual instituimos en parámetro de la conducción de nuestra vida. Y no es otra cosa que el voto transformado, en contemplación de la responsabilidad a ser asumida. La profesión se convierte en vocación y solamente así es realizable. En la primera conferencia del Estudio del hombre, Rudolf Steiner recomienda a los educadores, a colgar en el pasillo, antes de entrar al aula, al hombre común, cotidiano, a modo de una prenda de vestir. Deben quedar afuera, las preocupaciones de todos los días, las penas y las alegrías, las espontáneas simpatías y antipatías, para liberar el espacio para aquello que los niños traen consigo, y lo que requieren del educador. Asimismo requiere la responsabilidad frente a la misión por nosotros mismos elegida, el hecho de ser simplemente una persona particular, que implementa sus espontáneas simpatías y antipatías. Para poder cumplir realmente con la responsabilidad, tengo que valerme por ejemplo de la fuerza anímica de contradecir a mi mejor amigo y hasta pedir su renuncia, cuando mi conciencia pedagógica requiere un juicio de esa índole. Nunca deben ser mezcladas las relaciones personales y la responsabilidad pedagógica, dado que entonces la misión pierde su credibilidad. A ello mismo pertenece la discreción. Lo que se habla dentro de la conferencia, necesita la protección de la reserva. Formaciones de muros anticuados, de mola construcción, no se generan a causa de una real discreción, sino mediante rumores, el mediano llevar hacia afuera. En tanta mayor medida se forma la comprensión propia de la responsabilidad interior, incluso de la discreción como medida de protección para determinadas personas, con tanta mayor soberanía y grandeza puede abrirse una comunidad, renunciando a falsos muros. Esa conciencia de umbral, requerida por la misión, tiene que ser adquirida una y otra vez por el individuo. Lo que puede acontecer en el interior del circulo, depende del hecho de la cantidad de intervinientes han aportado esa ejecución. Y allí, a diferencia de aquello que cobra validez en el caso del convento, es valedero solamente que un emprendimiento tal solamente puede ser buscado partiendo desde lo interior y jamás puede ser requerido desde afuera: el riesgo de la libertad. Lo que puede ser logrado en el conjunto, está determinado por aquello que cada uno de los participantes ha transformado conscientemente dentro de sí mismo. Conciencia de umbral y auto-aprendizaje, sobre la base de ideales de elección propia, son las condiciones básicas para el accionar en la vida espiritual. Esto puede ser poco, pero también mucho, tanto que una sola individualidad jamás podría lograr por sí mismo, tal como podemos observar en oportunidad de un ateneo. Sin una conciencia de umbral, activamente generado, la charla acerca de un niño con problemas, seguirá el curso de las ideas espontáneas, asociativas de aquellos que conocen al niño, mientras que los demás se hallan sumidos en sus propias reflexiones. Esto no solamente se trata de tiempo malversado, sino que también lesiona la dignidad del niño del cual se está hablando. Y nada mejor resulta ser, cuando en lugar de las asociaciones aparecen aportes, como debe procederse en este caso especial, a parir de las experiencias realizadas con otros niños, si a los padres se les debe recomendar una solución en un hogar de niños o el ingreso a una escuela especial, etc. La rutina organizadora ocupa el lugar, menospreciando tanto al ser del niño, como las asociaciones espontáneas. La conciencia del umbral coloca un límite entre el mundo cotidiano y el acontecer de la conferencia. Le privo de hablar a partir de mis sentimientos cotidianos y mis pensamientos de rutina, así empero cuento con el viviente de un mundo al cual el ser del niño pertenece un mundo que se halla más allá del umbral del nacimiento y de la muerte. Preguntas conscientes dirigidas al destino, conscientes preguntas hechas al ámbito nocturno del hombre, el elevar la mirada a un mundo superior esencialmente compenetrado, desde donde únicamente puede proceder la ayuda: todo esto es la condición previa, para que de la conversación pueda generarse algo nuevo. En ese momento es posible la configuración del destino a partir de la libertad que presupone la libre decisión de los participantes. Expertos maestros de una intensiva charla de conferencia, el niño que había sido motivo de la discusión había sido diferente, había dicho o hecho algo que tenía un contexto interior con la charla habida. con ello se había logrado, realizar una tarea conjunta-concreta con el mundo de los seres superiores. Estos acontecimientos empero tienen consecuencias no solamente para el niño sino también para la comunidad de los participantes de la conferencia. Significa nutrición y renovación, de delicada manera, una experiencia equivalente a la vivencia de la sagrada comunión. Lo notamos por el hecho de que al cabo de ese coloquio, esa conferencia, nos sentimos renovados y vigorizados en nuestra relación con los demás. Es la formación de una comunidad a partir de la vivencia del ideal compartido, que aquí se ha convertido en realidad. Podemos tener una vivencia semejantemente dichosa, cuando al cabo de un largo proceso de toma de decisión, la solución es pronunciada por uno de los participantes, a modo de futuro maduro. Es el delicado contacto del espíritu escolar, que aquí se manifiesta a modo de algo concreto. La decisión no ha sido tomada por el uno o por el otro, no por un colectivo democrático o por un gremio de poder, ha sido formado la envoltura mediante el proceso de decisión, para algo que estaba maduro para esa definición. Tales momentos de gracia pueden ser preparados y fomentados, cuando regularmente en los fundamentos y en las metas se trabaja de manera tal que los participantes vivencian al motivo por el cual están trabajando. De esta manera pueden ser superados los elementos actuantes del pasado de la formación grupal, que siempre conducen a la dispersión, a la desunión; en lugar de la representación de intereses y la política, se produce la formación comunitaria, a partir de una mirada orientada hacia un sol futuro compartido, hacia el cual cada uno se orienta, al estar trabajando en sus ideales. Una comunidad moderna se basa sobre tres columnas, y acorde a ello, sobre tres ideales, que se siente comprometida con una meta espiritual. Se trata de las tres condiciones que posibilitan un fructífero trabajo en conjunto en la vida espiritual y tienen u e observar una acción equilibrada. Con ello estamos señalando una vez más un cambio fundamental frente al convento medieval. Lo primero es la confianza en una fuente renovadora del espíritu individual. Todo aquello que a una comunidad de la actualidad la mantiene con capacidad de desarrollo, lo que en definitiva le brinda la contención, procede de la iniciativa individual y el discernimiento individual. El yo es la condición previa para el nosotros; no viene al caso la comunidad pre-establecida, tal como sucede en el convento, sino la comunidad que se genera a partir de la voluntad de cada participante, que por tal razón posee facultad de transformación. De hecho la nueva iniciativa solamente puede transformar lo fructífero existente, cuando emerge de un conocimiento profundo y una aceptación de lo existente. Recién cuando conocemos plenamente al cuerpo de las costumbres y la biografía de una entidad comunitaria, reconociéndola, podemos constituirnos en colaboración plenamente responsable. Sin este hecho, la iniciativa actúa como auto-realización y en la mayoría de los casos es rechazada como provocación. En este estado de cosas, podemos re-encontrarnos con el noviciado transformado, como algo justificado. Puede ser implementado a modo de mutua etapa de prueba, pero puede ser ejecutado también de manera tal que la persona entrante misma, percibe donde aun debe contenerse y donde ya puede integrarse plenamente. La firma recepción en el gremio de la conducción, significa el cierre de ese proceso. El voto moderno, de todos modos lo podemos depositar tan solo frente al abad en nuestro interior. Debería ser un hecho sobre-entendido, que un colega experto preste asistencia al novato, orientándolo constantemente con respecto a todas preguntas referidas a la conducción escolar, asimismo, que al cabo de una época inicial, el mentor es elegido por cuenta propia, o al menos es confirmado el mentor original. Todo eso es expresión del hecho de que las nuevas iniciativas fundamentalmente son bienvenidas que empero recién algún tiempo puede ser fructíferas. La segunda columna está directamente conectada con la primera. Se trata del sentido referido al conjunto, sobre todo del interés en aquello que hacen y piensan los demás. En lugar de representantes de intereses, cobra un efecto salutífero, portador de paz, cuando percibo y hago valer los interese y las capacidades de los demás- esa es la real hermandad dentro de la vida espiritual. Toda la vida de un organismo de la vida espiritual debe estar transpuesta por la libertad. Pero a partir de la libertad individual, desarrollo el interés y la comprensión por el otro: hermandad a partir de la libertad. ¿Dónde encontramos entonces la tercera columna, aquello que dentro de la vida espiritual se corresponde al ideal de la igualdad? ¿Qué reúne a los diferentes individuos en una comunidad? Es la imposición de la meta espiritual ecuánime, unificadora del conjunto. Tiene que constituirse en vivencia compartida, asimismo a través de la libre iniciativa. Referido a una Escuela Waldorf, las tres preguntas decisivas con las siguientes:
La forma individual del juicio y la iniciativa, el interés por el otro y la comprensión de los demás, así como el cultivo de la implementación de la meta espiritual común, son las tres columnas, sobre las cuales se basa un moderno organismo espiritual. 9.03.2017 |