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Friedrich Rittelmeyer

LA NOCHEBUENA

(Hundida en el ruido de los petardos, en las “ricas comidas y bebidas”, los “regalos navideños”, tal vez alguien quiera escuchar ESTE MENSAJE DIFERENTE) A.H.

Se trata de una lucha referida a la cultura – la lucha por la Nochebuena. Si se hunde en el vértigo y el agotamiento, se habrá perdido la intrínseca parte de nuestra cultura.

En la lucha por el niño. Para quien siendo niño, la fiesta navideña ha sido la época dichosa, portadora de gracia, conservará en su vida, un áureo esplendor, sea lo que fuese que la vida le aportará. Quien no lleva la dicha navideña en el alma, no ha sido niño en un sentido pleno.

Se trata de una lucha referida a la FUERZA. Si perdemos la Fiesta Navideña, se agota la última fuente de real fuerza divina en el alma del pueblo. Y estamos a punto de perderla (1930)

Tan solo tenemos que leer lo escrito en los diarios, a modo de saludo para el Niño Jesús – también por teólogos. Una cansada lucha frente a los poderes de decadencia. Extenuadas ideas referidas a la utilidad de la Fiesta Navideña. Torturadas reflexiones acerca de su “sentido aún posible”. Ninguna marcha triunfal. Ninguna época nueva.

Wilttekind, el duque sajón, sigilosamente entró al campamento de su poderoso adversario, Carlos Magno. Quería averiguar aquello que a los cristianos le otorga su fuerza. Contempla la misa sagrada de la medianoche. Un luminoso niño – así se lo figura – aparece en la hostia que se eleva en el altar. Inclina su alma rebelde frente a la áurea luminosidad del niño, que parece saludarlo con sus brazos.

Aquello que el emperador francón, portador del Cristo mismo no pudo ver, lo estaba viendo con los ojos infantiles del alma, el príncipe germano. Una vez más se movían antiquísimas fuerzas humanas, para contemplar lo divino, cuando realizó su entrada.

La Fiesta Navideña se convirtió en la fiesta favorita de los pueblos germanos. Pero, la contemplación se diluyó. Sucede que quiere retornar. Ver en realidad el nacimiento del Cristo en el altar, esto será el inicio de una nueva fiesta navideña.

¿Existe un Ángel navideño? – quisiéramos decir, que realmente impera en el mundo, un Ángel de la Fiesta Navideña. No el Cristo mismo, pero uno de sus siervos cercanos. A él, se le ha confiado la Fiesta de la Navidad. Podemos hablar con él, para que nos diga, cómo debemos celebrar la Fiesta Navideña. Este guía invisible, nos abrirá nuevos imperios del alma.

Fresno universal- Árbol navideño. El Árbol del Universo ha llegado al interior de la vivienda. Del mismo modo como la vida del hombre recibió amparo y se tornó civilizada, frente al hálito universal de épocas desaparecidas. Cuando alguna vez el Árbol de la Navidad pueda ser contemplado como el nuevo Fresno del universo, habrá llegado la época espiritual de los pueblos del centro europeo.

En su corona no anida el águila, sino resplandece la Estrella. En sus ramas no corroen los poderes del exterminio, sino irradian las luces de la vida. A sus pies no habita el mortífero dragón, sino que se extiende el campo fértil del amor ¡Dos mundos! ¡El Cristo ha transformado al mundo!

La mirada se eleva al cielo estrellado. Es allí donde resplandece el real árbol del universo. Las estrellas son las miles de luces encendidas por el Padre del universo mismo. La Tierra es la mesa de los regalos. La estrella de la cumbre empero, puede ser contemplada tan solo con el alma: “¡Yo soy!”

“Y de sus oscuridades,
Sale el Señor,
Tanto como posible le es,
Y los hilos ya cortados,
Todos los anuda otra vez.”

¿Acaso el Árbol de la Navidad nos es también una vivencia-imagen en la constelación Luz, Amor, Vida? Irradia magnificencia lumínica-divina. Anuncia la vida, que sobrevive al invierno del mundo. Permite intuir a la profundidad del amor.
Donde la Fiesta Navideña es celebrada de manera verdadera, allí “se moviliza el amor humano y se mueve el amor de Dios”. El amor humano es transpuesto por el fluir del amor divino. El amor divino con su fluir entra al amor humano.

Los niños tienen un derecho adquirido, de obtener de nosotros la “Noche-buena”. ¡El árbol de Navidad no es auténtico, cuando no resplandece en nuestro interior! ¡Cuán fríos son los regalos, cuando con ellos, no nos regalamos nosotros mismos! ¡Cuán falsos y muertas las canciones navideñas, cuando en ellas no está cantando nuestra ALMA! Nuestros niños tienen un derecho, de aguardarnos esta noche, justo a ellos, en el país de la infancia, para ir luego con nosotros, a un país divino de los niños.

Del gran espíritu de Friedrich Schiller, una de las cosas más bellas que se cuenta es, que en la Nochebuena estaba sentado debajo del árbol, contemplando la Luz.

La Navidad puede ser festejada tan solo por niños. Es la fiesta del Niño Divino. Al querer entrar al templo sagrado de la Navidad, nada aportan las dádivas ni el dinero: tan solo la voluntad del re-juvenecer.

¿En qué, el niño supera al adulto? Tres artes existen, en los cuales es genial. Puede ESCUCHAR. Vemos al niño, al cual la madre le narra un cuento. Todo su ser está atento y lo asimila. Ese es el primer arte navideño.

Y el niño puede sentir ALEGRÍA. No hay una visión más bella en el mundo humano, como ese niño dichoso, en cuyos ojos se refleja el árbol navideño. Poder sentir alegría, es el segundo arte navideño.

Y el niño puede CONFIAR. Duerme tranquilo sobre el alfeizar, si su madre allí lo ha colocado. Confiarnos al divino poder de la vida, que envía su luz a nuestra existencia, es el último arte sagrado de la Nochebuena.

Para poder celebra la Nochebuena de manera cristiana, dentro de nosotros mismos tiene que existir un pastor y un rey.
Un pastor, que puede escuchar aquello que otros no escuchan. Que con todas sus fuerzas de entrega vive debajo del cielo estrellado. Al cual los Ángeles pueden revelar su mensaje.

Y un rey que puede relegar. Que tan solo es guiado por la estrella en la altura. Que parte para entrar su dádiva frente al pesebre.
Pero fuera del pastor y del rey, en nuestro interior, también tiene que estar un niño, ¡que ahora quiere nacer!

Son las doce. Despiertan las campanas. Un mar de sonidos fluye de armoniosa manera por los aires. El metal procedente de la profundidad, ha llegado a la superficie. Ha tomado la forma del cáliz y en el oscilar, se orienta hacia la altura, para colmarse de cielo. El milenario silencio en el fondo de la tierra, comienza a hablar en el tañer de las campanas, pleno de inspiración, así y todo, sin palabra. Y así como allí se encuentran la imaginación y la inspiración, también está presente la intuición: en el ordenar de los sonidos, fluye la vida en todas cámaras de nuestra alma y poderosamente relata de aquello que las palabras no pueden decir.

Al querer experimentar la noche, a diferencia del día, entonces tenemos que poder vivenciarla: luminosa, sonora, alimenticia. No sabemos, qué se halla en lo más íntimo de la noche, cuando hemos avanzado hasta su corazón.
En el canto de alabanza de los ángeles, despierta la noche.
Revelado sea Dios en las alturas: la noche se torna luminosa.
Paz en la tierra: se torna sonora.
A los hombres de buena voluntad: se torna dadora de alimento.
En la Noche-Santa, la noche misma recibe su bautismo. Recibo su bautismo junto al divino manantial del universo. El espíritu santo se aproxima y la sumerge en la luz de la revelación. El hijo divino se acerca y la colma con paz celestial. El padre del universo mismo llega y la compenetra con su voluntad divina.
Al ser bautizada nuestra noche en el solsticio del invierno, nuestros días venideros se convierten en cristianos.

Sal y eleva tu mirada hacia las estrellas, experimenta al poderoso acto de consagración del hombre. Allí la palabra divina en mil voces llega desde el cielo. Allí hay “evangelio”. Allí hay sermón. Allí hay confesión.
Y entonces su ofertorio brindan las vastedades. En devoción arde la tierra. A modo de un cáliz, ella misma se eleva al cielo.
Oración de ofertorio rodea al cáliz.
El hombre empero, siente – como nunca – transformación. Es diferente. Es como si todo estuviera compenetrado por ser-superior.
Al ser de la tierra llega la transfiguración.
En el ser humano se lleva a cabo la gran comunión entre el cielo y la tierra. El hombre mismo es esa comunión.

Dos canciones navideñas quieren resonar en todos los corazones. La canción medieval dedicada a María:

Una rosa ha brotado
de una delicada raíz,
tal como los antiguos nos cantarán -
de Jesús su descendencia es.
Una florcita aportó
a la media noche del frío invierno.

En esta canción sigue presente, la profundidad del alma y la firmeza de la fe del catolicismo medieval, aun en el presente. Como cantada a partir de iglesias hundidas, canta, sigue estando aquí entre nosotros.
A su lado empero resplandece el poder luminoso de la Reforma, en la canción de Martín Luther:

La eterna luz su entrada hace,
dando al mundo un nuevo resplandor.
Ilumina en medio de la noche
convirtiéndonos en descendientes de la luz.

Estas estrofas rodean la historia de la humanidad. El drama del universo mismo se sitúa frente a nosotros en palabras clásicas-infantiles-majestuosas.
Donde este espíritu y el ánimo aquel entran en consonancia, se genera la gran fiesta navideña.
Al unirse la calidez del alma del Evangelio de Lucas, y la grandeza espiritual del Evangelio de Juan, la Fiesta Navideña se ha cumplido.

“Yo soy - la luz del mundo”. Los pueblos convergen. Como sus más elevados representantes reconocemos a los judíos y los griegos. Los judíos veneraban con reserva al “yo soy”. Ese ha sido su nombre de la deidad. Los griegos, respetuosos elevaron su mirada la “Luz”. Apolo ha sido su dios privilegiado. También Zeus porta su nombre del “luminoso cielo”.
En el Cristo se unen el templo de Zeus y el templo Javeh. “Yo soy” – “la luz del mundo”

Y nuevamente en los griegos y los judíos – y en ellos, los pueblos todos – se unene en el otro anuncio navideño: la palabra se hizo carne. La palabra buscaron, a la palabra escucharon los judíos. Viviente palabra han sido sus profetas, sus leyes. Los griegos empero en el cuerpo veneraron al templo de la deidad. Por lo ojos profesaron la oración. En la belleza contemplaron al dios.

La palabra se hizo carne. El cuerpo se hizo palabra. El Cristo apareció como culminación de todo anhelo humano.
El canto de la Nochebuena, se convirtió en día. Al haber crecido el Niño Jesús, resonó el anunció: ¡Yo soy la Luz del mundo! Quien me sigue no transitará en la oscuridad, sino tendrá la luz de la vida.”

¿Estamos escuchando al canto de la Nochebuena? Tal como decía entonces: revelado sea Dios en las alturas, así resuena aquí: ¡Yo soy la Luz del mundo! Tal como decía allá: paz en la tierra, así resuena aquí: quien a mí sigue, no transitará en la oscuridad.

Tal como decía allá: a los hombres de buena voluntad, aquí resuena: tendrá la Luz de la vida!

La Nochebuena se convirtió en día. Se convirtió en ser-humano, en vida ¡También en nosotros, la Nochebuena quiere convertirse en día, en ser-humano, en vida!

14.11.2018

Sí, así sea.