Rotraut von der Wehl LA MARAVILLOSA REDADA – doce cuentos referidos a las profesiones humanas Novalis nos dice: En un autentico cuento, todo debe ser magnifico, misterioso e incoherente: todo, con plenitud de vida, cada cual de un modo diferente. La naturaleza toda, de manera singular tiene que estar conectada con el mundo de lo espíritus: la época de la anarquía general, la ausencia de leyes, la libertad, el estado natural de la naturaleza, la época previa al mundo. Esta época PREVIA al mundo, ciertamente suministra los rasgos dispersos de la época PÓSTUMA del mundo, tal como el estado natural es una imagen particular del reino eterno. El mundo de los cuentos es el mundo absolutamente opuesto al mundo de la verdad y por esa razón, posee tanta similitud al mismo, como el caos a la creación perfecta. En el mundo futuro, todo es como en el mundo del pasado, pero así y todo, todo completamente diferente. El mundo futuro, es el caos razonable; el caos que se ha compenetrado a sí mismo, que se encuentra dentro de sí mismo y fuera de sí. El cuento autentico a su vez tiene que ser representación profética, representación idealista, representación absolutamente necesaria. Con el tiempo la historia debe convertirse en cuento: retorna a su inicio. El autentico poeta-autor de cuentos, es un vidente del futuro. EL CAMPESINO MUEVE-CABEZA En la última casa de la aldea vivía un campesino con su hermano. La casa de encontraba sobre una colina verde y tenía muchas ventanas luminosas. El campesino era muy rico, grandes extensiones de tierra le pertenecían. Al fallecer, el padre llamó a su lecho a sus dos hijos y les dijo: “Mis queridos hijos, ha llegado la hora de mi muerte. Tú, mi hijo mayor, serás el amo en esta casa, esa es al costumbre, pero estoy preocupado por sí, puesto que no tienes un buen corazón, y un mal genio vive en tu interior, el cual es la avaricia. Muero, siendo un hombre con fortuna; pero he trabajado con esmero y la mitad de toda mi cosecha, todos los años les he entregado a los pobres. Entonces, Dios me ha bendecido generosamente y mi prosperidad ha aumentado año tras año. No pienses que esto seguirá así, cuando todo lo pretendes conservar para tí mismo. Te doy un consejo – todas las mañanas al amanecer, vete al arroyo que corre en nuestro jardín. En el claro espejo de su agua podrás ver quien vive dentro de ti, un luminoso ángel, o un oscuro malhechor. Al ángel le agradará ser visto. El malhechor en cambio no soporta ser contemplado, abandona tu corazón tan pronto es visto por ti. Tú, mi hijo menor, por lo tanto no puedes recibir grandes fortunas como herencia; pero he aquí, que te entrego un estuche. Quiero que lo cuides con esmero. En nuestro jardín hay un gran árbol de tilo. Bajo sus ramas debes enterrar esta cajita y sobre este sepulcro harás la señal de la cruz. Todos los atardeceres a la hora de la puesta del sol, visitarás ese lugar, diciendo una oración. Hijo mío, sigue siendo tal como eres; muero con una sonrisa y con alegría en el corazón, puesto que tu corazón es puro y bueno.” Así falleció el viejo campesino y sus hijos le dieron sepultura en el jardín. Lo primero que hizo el hijo mayor era, investigar y contabilizar todo aquello que había heredado. Estaba muy satisfecho y pensó: “Realmente soy afortunado, nadie en toda la aldea posee tanta tierra fértil, ganado tan sano y una casa tan plena de luz.” Una y otra vez recorrió todas las habitaciones, contemplando sus tesoros. Y llegó así a un estrecho aposento que aun no conocía, dado que siempre había estado cerrado. Con gran expectativa y como amo de la casa, sacó de su bolsillo al llavero para abrir la puerta. La habitación estaba casi vacía; en una esquina cerca de la ventana hacia un arcón viejo, que estaba cerrado. Pronto encontró la llave y lo abrió. Acabado de salir la luna, enviando su luz al arcón, lleno de monedas de oro. Entonces el hijo tomó asiento en el sillón y comenzó a contar. Y se trataba de un gran trabajo; a la salida del sol, todavía estaba ocupado con esa tarea. Afuera, junto a la ventana: quien lo saludo diciendo: “Querido hermano, ¡¿Dónde estás?! Está saliendo el sol, ven a cumplir el mandato de tu padre. Vete al arroyo de aguas claras y contempla tu imagen.” El hermano mayor empero seguía sentado, contando, meneó la cabeza y dijo: “déjame en paz, vete tú mismo.” De esta manera el campesino permaneció sentado en su sillón hasta el mediodía contando las piezas de oro, hasta que por fin supo cuantas eran. Cuando empero salió de la habitación se había transformado; tenía el aspecto de como si no hubiese pasado una noche en el cuarto, sino doce años. No podía mantener quiera su cabeza – la cual parecía haberse engrosado, la cual se movía de un lado a otro. Sus piernas apenas pudieron portarlo y sus manos estaban temblando. Su hermano invalido por la tristeza, se había encaminado al arroyo pensando: “Una gran desgracia sobrevendrá puesto que el pedido de nuestro padre no se ha cumplido”. Al estar caminando por la calle del pueblo el hermano mayor se encontró con algunos niños, que o miraron y entre sí se preguntaron: “¿por qué está moviendo la cabeza de esa manera?” al seguir andando el campesino, vino volando una bandada de pájaros y también ellos se preguntaron: “¿por qué mueve de tal modo la cabeza este hombre?” el campesino empero no se daba cuenta de este hecho; está pensando constantemente en las piezas de oro, en la gran extensión de tierra fértil y la casa luminosa sobre la colina – y que todo esto le pertenecía. Fue de un campo a otro, por doquier se encontró con las espigas doradas, maduras para la cosecha. En el ínterin su hermano había enterrado la cajita debajo del gran árbol de tilo, así como su padre lo había ordenado. También él recorrió la gran casa, tal como lo hiciera su hermano, contemplando todo aquello que contenía. Pero a todo ello lo miró con otros ojos. Por doquier observó la laboriosa dedicación del padre y la bendición de Dios que reposaba en la tierra. Entonces sintió una gran angustia sabiendo que un tiempo muy difícil se estaba aproximando. “Cuánto me gustaría alejarme de aquí recorrer el mundo, pero mi padre me ha ordenado, que a la hora del atardecer con la puesta del sol, debía pronunciar una oración aquí, debajo del tilo, y es por ello que no puedo abandonar el terruño.” Al acercarse al arroyo se sobresaltó al ver sus aguas turbias. Y le preguntó al arroyo: “Dime arroyo, ¿Quién ha enturbiado tu agua?” el arroyo contestó: “Esto lo provocó tu hermano mueve-cabeza, Cuando el arroyo hubo dicho esto, vino un cisne blanco, que se posó sobre el agua. Pero apenas que lo tocara pegó un grito y murió. El arroyo formó un torbellino y lo arrojó a la orilla. Al ver todo esto el hermano menor se sobresaltó muchísimo y dijo: “ahora la desgracia caerá sobre nosotros”. Llegó el momento de la cosecha. Jamás los campos habían dado tanto fruto como en este año. Los graneros estaban colmados. Entonces el hermano menor le dijo al hermano mayor: “Mi querido hermano, ha llegado el momento de entregar la mitad de la cosecha a los pobres; así siempre lo ha hecho s nuestro padre, y su lecho de muerte una vez más nos lo ha recordado.” El campesino mueve-cabeza justamente estaba sentado frente a una montaña de granos y los hacía deslizar entre sus dedos. Ni siquiera levantó la mirada y dijo malhumorado: “Un pobre tipo como tú, nada puede perder y generosamente puede regalar los bienes de los demás. Déjame en paz; no te necesito para saber lo que debo hacer.”. Entonces el hermano menor se puso muy triste. En silencio se fue al jardín y se sentó al pie del tilo. Era la hora de la puesta del sol, unió las manos y dijo su oración, tal como lo hacia todos los días. Después de finalizar su oración, permaneció sentado allí durante un largo rato, hasta que la oscuridad todo lo envolviera. Una estrella tras otra fue apareciendo en el cielo, una más hermosa que la otra. En el medio del cielo empero justamente sobre él mismo, hubo una estrella especialmente radiante. Cuanto más la miraba, tanto mayor era su radiancia. Los rayos eran cada vez mas tupidos y llegaron a él, a modo de una fina lluvia de oro, cubriendo con luz al espacio que lo rodeaba. El hermano sintió asombro y a su vez se sobresaltó: la estrella se encontraba sobre él, muy cerca y era tan grande que con su oro parecía cubrir al cielo todo. Con toda humildad aguardaba aquello que iría a suceder. Tenía las manos entrelazadas y pensaba: “Dios está cerca de mí, tengo que permanecer en quietud.” Se escuchó entonces una voz desde arriba que dijo: “¿Amas a tu hermano?”. Él contestó: “Sí, señor”. Entonces la voz siguió hablando: “Si lo amas puedes salvarlo.” El hermano dijo: “Señor quiero salvarlo, dime qué debo hacer”. La voz respondió: “Vete al cuarto donde se encuentra el arcón con las piezas de oro y tráelo aquí. Des-entierra la cajita sepultada debajo del tilo y colócala en el lugar que ocupa el arcón. Pero tú mismo tendrás que morir; dado que cuando tu hermano descubre la desaparición de su arcón con el oro, sabiendo que eres tú quien lo has hecho, una ira descomunal se apoderará de él y te dará muerte. Cuelga la llave de la cajita en una hoja del tilo, entonces durante la noche llega el pájaro azul y me la trae.” El hermano respondió: “Señor, haré todo como tú lo has dicho”. El campesino mueve-cabeza durante todo el día había estado en el campo; quería estar presenta en oportunidad de la cosecha de los granos. Cuando por la mañana había partido hacia el campo, su hermano inició la gran tarea. El arcón era muy pesado, por lo cual tuvo que valerse de un balde para el transporte de las piezas de oro, uno tras otro. Pero al cabo del día había finalizado toda la tarea encomendada. En el cuarto se encontraba la cajita, debajo del tilo se encontraba enterrado el arcón con el oro y en la hoja del tilo colgaba la llave. Al anochecer, asimismo retornó a la casa el campesino mueve-cabeza. Estaba muy cansado, pero no fue a la cama, sino pensó: “Primero tengo que ver si allí están mis queridas piezas de oro, las tengo que acariciar.” Fue al cuarto, y se sobresaltó, cayó sobre sus rodillas, cuando allí a la luz de la luna, pudo ver la pequeña cajita. Para nada le importó la cajita, su único pensamiento era: “Arcón de mi corazón ¿quién te ha sacado de aquí?” recordó todas las habitaciones y tanto más buscaba y recorría, tanta mayor fue su angustia. Llegó entonces a la habitación en la cual estaba durmiendo su hermano habitualmente. Aun estaba despierto, aguardando los acontecimientos. El campesino mueve-cabeza le dijo: “Tú eres el peor malhechor bajo el sol, me has quitado mi arcón ¿Me vas a decir donde se encuentra?” entonces el hermano lo miró con tristeza y le dijo: “Oh hermano querido, no te enojes y no me mires de manera tan terrible. Un alto Señor me ha ordenado de quitarte el arcón para que puedas salvarte, para que no caigamos en la desgracia. Al campesino, la sangre le subió a la cabeza y gritó: “Al haber llevado a cabo este acto vergonzoso, no debes seguir viviendo ni una hora mas.” Con estas palabras tomó al gran llavero y le hundió el cráneo al hermano. Luego retornó al cuarto, exclamando una y otra vez: “Mi arcón, mi arcón del alma ¿Dónde puedo encontrarlo?” allí se hallaba aun la cajita, iluminada por la luz de la luna. El campesino la tomó en sus manos, e impulsado por su ira, la arrojó contra la pared, pero no se rompió, dado que era más dura que el más duro de los aceros. Al llegar la plena luz de la mañana, el campesino aun se encontraba acostado en el suelo. La luz del sol entraba por la ventana y sus rayos caían justamente sobre la cerradura de la cajita, que brillaba como el oro. El campesino la vio y pensó que debía fijarse en el contenido de la cajita. Sacó su llavero, probando todas las llaves, una tras otra, pero ninguna servía. Fue entonces a la casa del orfebre y le dijo: “Si me abrís esta caja os daré una recompensa.” El orfebre lo intentó mediante todos los medios, pero todo en vano. Entonces el campesino se desesperó, fue de un pueblo a otro y todos los orfebres que allí encontró le dijeron lo mismo: “En todo el mundo no existe una cerradura igual a esta, las manos de ningún ser humano están capacitadas a abrirla.” De esta manera, el pobre campesino recorrió al mundo, de un confín al otro. Los niños ya lo conocían y al verlo exclamaban: “Allí está llegando Tal era el ansia del campesino por conocer el contenido de la cajita, que finalmente se sintió enfermo. Estaba cansado y envejecido; también estaba pensando frecuentemente en su hermano, al cual había ultimado, lo cual ahora le daba una gran pena. Decidió entonces, retornar a su casa, tomando la firme decisión de comportarse de manera diferente. Largo era el camino del regreso hasta haber retornado a su aldea; llegó al lugar durante la noche. Al cruzar por el gran jardín hubo allí un pájaro azul que cantaba. El campesino se sentó debajo del tilo y lloró desconsoladamente. De pronto pudo darse cuenta de la desgracia que había provocado a causa de su avaricie y su codicia. Lloró más y más, cayó sobre sus rodillas, rezando a Dios. Entonces Dios llamó a su pájaro azul, el cual estaba sentado en las ramas del tilo y cantaba. El mismo le trajo la llave colocada en la hoja del tilo y Dios le dijo: “Pájaro azul mío, vuela hacia abajo, al lugar donde está sentado el campesino mueve-cabeza y duerme. Coloca esa llave sobre la cajita. El campesino estaba sentado sobre el banco debajo del tilo y se había quedado dormido. La cajita se encontraba sobre su regazo. Vino entonces el pájaro azul y colocó la llave sobre la cajita. Salía el sol y su rayo despertó al campesino. Abrió los ojos y su primera mirada descubrió la llave colocada sobre la cajita. “Oh Dios mío”, exclamó, “¡grande es tu misericordia! Mi vida será diferente desde ahora.” Entró a la casa y a la habitación donde aun yacía su hermano, tal como lo había dejado; pero sobre su rostro se observaba una serena calma. Entones el campesino colocó la cajita frente a la cama y sobre ella puso la llave diciendo: “Mi querido hermano, aquí te traigo la cajita y la correspondiente llave: he aquí, que llego como hombre humilde con una gran pena en el corazón; si puedes retorna a la vida y deja que muera yo.” Pero el hermano muerto no se movía. Entonces el campesino se sentó al pie de la cama y durante tres días y tres noches llevó a cabo el velatorio. Durante la tercera noche, de pronto se abrió la ventana y el pájaro azul entró a la habitación exclamando: “¡Abre la cajita!” entonces el campesino tomó la llave y al abrió. En la cajita no hubo otra cosa, que una pequeña cruz hecha de madera negra. El campesino dijo: “Pobre cruz, a causa tuya he recorrido el mundo.” Tomó la cruz y la colocó sobre el corazón del hermano muerto. Al estar allí, la madera negra se tornó verde. Brotaron rosas cuyas ramas envolvieron al pecho del difunto. Y entonces su corazón comenzó a latir nuevamente, la fragancia de las rosas a modo de inhalación entró a su alma y el hermano abrió los ojos. En ese momento salió el sol, envolviendo con sus rayos a los dos hermanos, que se miraron dichosos. El hermano menor saltó de la cama, se estrecharon las manos y lleno de alegría, se encaminaron hacia el arroyo. Todavía tenía las aguas turbias y el cisne muerto aun se hallaba en la orilla. Entonces el hermano menor tomó una rosa roja y la tiró al rio. De pronto el cisne recobró la vida, se elevó al aire y salió volando. El agua empero recuperó su claridad y cuando el hermano mayor se contempló en él a modo de un espejo, desde su corazón lo estaba mirando un bello ángel dichoso.
EL VIEJO NIKOLAUS Un campesino tenía un empleado que era tan viejo que nadie intentaba ya contar sus años vividos. El mismo tampoco los contaba. Cuando alguien lo preguntaba: “Dime Nikolaus, ¿cuántos años tienes?”, él contestaba: “Mis años tan solo los está contando Dios el Señor, yo ya no los puedo contar.” Así y todo realizaba sus tareas como cualquier otro, sin lugar a dudas era el más infatigable de la aldea. Ya no necesitaba mucho dormir, y sus manos no requerían descanso. El campesino lo trataba con reverencia, en su regazo ya había acunado al abuelo suyo – todo lo que Nikolaus emprendía llegaba a un buen fin. Les contaré ahora, como sucedió que Nikolaus llegara a tan avanzada edad y aun no podía morir. Cierta vez, de esto ya hace muchos años ya, Nikolaus había estado muy enfermo. Yacía sobre su lecho, solo y sufría un dolor tal que hubiese preferido morir ya. De pronto una resplandeciente luminosidad lo rodeaba. Un hermoso ángel se hallaba frente a él vestido de blanco, y con un rostro radiante como el sol, colocó su mano sobre la frente de Nikolaus y dijo: “Todavía no debes morir, vivirás muchos años más. Grandes cosas realizarás aun.” Al día siguiente Nikolaus se había curado. Po entonces aun estaba al servicio del abuelo del dueño actual del capo, que por entonces acababa de hacerse cargo del campo; tanto tiempo había pasado. Nikolaus empero jamás se olvidó de las palabras del Ángel, fielmente estuvo al servicio de su tarea durante tres generaciones. Sucedió que cierta noche nuevamente el gran ángel hermoso estuvo frente a su lecho y le dijo: “Nikolaus, ha llegado el momento, abandonarás este campo y toda la región, puesto que iras a buscar un tesoro. Irás hasta llegar al país al cual ya no alumbra el sol. Entonces estaré contigo para ayudarte.” El viejo siervo se levantó, tomó su bastón y emprendió el viaje. Por doquier donde llegaba, la gente lo miró con asombro. Pasaba a todos en altura y su andar era de manera erguida tal como la de un joven. Y se preguntaron: ¿De dónde vendrá este anciano? Jamás hemos visto persona igual a él. “Finalmente llegó al país en el cual el sol ya no pudo alumbrar. Era como si una gran nube oscura lo estaría cubriendo; pero no se trataba de una nube, sucedía que el sol mismo se había oscurecido. Dado que los malos pensamientos de todas las personas que vivían en el país, había oscurecido al sol. Entonces los árboles se habían secado, lo campos ya no brindaban frutos, y todas las personas languidecían. Mucha agua se juntaba debajo de la tierra, lo cual a todo el terreno lo transformó en un gran pantano. Allí estaba entonces parado el anciano frente al gran pantano, sin saber qué hacer. Su corazón se entristeció tanto como el sol y él le dijo: “Pobre sol, si pudiese yo devolverte tu luminosidad.” Cuando había dicho esto el Ángel estuvo frente a él, señalando hacia el sol. Entonces a gran altura Nikolaus pudo ver una nube blanca como la nieve. De esta nube salió un águila y bajó hacia donde estaba Nikolaus. Sobre las alas del águila empero yacía un niño pequeño. Entonces el Ángel dijo: “Ves este niño – cuando todas las personas tuvieron que morir, el sol lo ha salvado; dado que es un niño de realeza. Tómalo en tus brazos y llévalo a tu país. Allí lo cuidarás.” Después de haber dicho esto, retornó al cielo. El viejo empleado tomó en sus brazos al niño y retornó en el mismo camino en el cual había venido; el águila lo acompañó en las alturas. Las personas con las cuales se encontró en el camino se asombraron aun mas como anteriormente y decían: “¿quién será este anciano y qué niño puede ser éste que porta en sus brazos?” y así llegó a su aldea. En el ínterin había muerto el campesino a cuyo servicio había estado, y su hijo se había hecho cargo de la granja. Poco se parecía a su padre; dado que tenía un corazón duro y lo que más amaba era el oro. Sucedió que cierto anochecer una de sus empleadas le dijo al nuevo amo: “Señor, he estado en el pueblo, y allí vi nuestro viejo empleado Nikolaus, quien en sus brazos traía a un niño pequeño – no tardará en llegar aquí. El campesino con mirada adusta dijo: “Cállate y vete a tu cuarto”. Ordenó a todos los empleados cerrar las puertas. Luego también él entró a la casa, revisó si puertas y ventanas estaban bien cerradas para acostarse entonces a su cama. Llegó el viejo siervo al patio de la casa, se aproximó a la puerta para abrirla, pero en vano. Se acercó a la ventana de la habitación que servía de dormitorio al dueño, golpeó la ventana diciendo: “Señor, hice un largo viaje y traigo conmigo un niño pequeño. Os ruego abra la puerta, pensando en este niño, hace frio.” El campesino empero respondió. “Déjame en paz. Si te hiciste cargo de un niño, es asunto tuyo.” El anciano sintió una gran pena, salió del pueblo, se sentó sobre una piedra y medía al niño, puesto que lloraba desconsoladamente. De pronto, escuchó un aleteo en la altura y al elevar la mirada, vio que se trataba del águila que luego se posó a sus pies y dijo: “Nikolaus, lloverán piedras del cielo, de ellas te construirás una casa.” Apenas que lo hubiera dicho, comenzaron a caer las piedras, cubriendo una gran superficie. Entonces el viejo envolvió al niño en su abrigo, lo puso al amparo y comenzó con la construcción de la casa. Al llegar a la mañana la obra estaba finalizada. Apareció gran cantidad de curiosos que exclamaron: “Ha caído una casa del cielo, conjuntamente con el viejo Nikolaus.” También apareció el campesino que la noche anterior había rechazado la permanencia del viejo siervo en su propiedad. Al ver la casa le agradó sobremanera y pensó: un siervo así me podría ser de utilidad. Por eso le dijo: “¿porqué viniste ayer a mi casa a la hora del estar durmiendo y no a plena mañana? Tuve que considerar que alguien me estaba haciendo una broma. No lo tomes a mal. Ven a mi casa puedes ser siervo allí.” Contestó el siervo: “Sí señor, voy a serviros, tal como he servido a vuestro antepasados”. Siendo del agrado del campesino, Nikolaus pasó a ser su siervo. Tres veces al día atendió al niño de vez en cuando, también vino una ama de casa para ocuparse del niño. Cada vez que entraba en la casa, una paz invadía su alma, tal como si estuviera entrando a una iglesia. El niño casi siempre dormía; cuando empero estaba despierto, le sonreía cordialmente. Cierto día la mujer le contó a la gente: “Cuando hoy llegué al lugar, vi a un gran ángel hermoso, vestido de blanco, su rostro era tan luminoso como el sol y estaba inclinado sobre el niño.” La gente sacudía la cabeza y preguntaron a Nikolaus dónde había estado tanto tiempo y de dónde era ese niño; pero el anciano solamente contestó: “He estado en un país lejano, no sigan preguntándome.” De esta manera el hermano niño siguió creciendo y toda la gente le tenía afecto. Nikolaus cumplía su tarea y ningún trabajo jamás le resultaba ser difícil. El campesino en cambio, amas estaba contento con aquello que poseía. No sentía alegría por sus hermosos dominios y su ganado que gozaba de salud, dado que al contemplar todo ello solamente pensaba: “Podría ser mucho más”. Entonces cierto día le dijo a su siervo: “Nikolaus, nos has mostrado que puedes construir casas. Constrúyeme una casa de doble tamaño de esta casa y el doble de linda.” El siervo contestó: “Querido señor, esto no lo puedo hacer, mi propia casa me la ha regalado Dios. Pero el campesino insistió. Pensó, tengo que obligarlo, y le dijo: “Te doy el tiempo de un año, si hasta ese entonces no has construido la casa, no por más tiempo podrás ser mi siervo.” El viejo guardó silencio y con tristeza se encaminó al campo. Tomó de la mano al niño, que todos los días lo acompañaba mirando lo que estaba haciendo Nikolaus. Cierto día ambos salieron para cumplir con la tarea del día: tenia Nikolaus que trabajar con el arado. Era un día opaco, el sol no se abría paso a través de las nubes. El niño se sentó al borde del campo y durante largo tiempo contempló al cielo. Cuando Nikolaus en cierto momento pasó con el arado junto a él, de pronto un rayo del sol atravesó las nubes y tocó al niño. Entonces Nikolaus le preguntó: “¿Dime, en qué estás pensando?” El niño contestó: “Padre Nikolaus, tus caballos son viejos y están cansados, desearía que fuesen tan jóvenes como el amanecer.” Una vez pronunciadas estas palabras, desaparecieron los viejos caballos cansados y delante del arado se hallaban dos corceles fogosos, blancos. Nikolaus estaba muy contento: “querido niño, ahora nuestra tarea se logrará de la mejor manera.” Los caballos tiraron del arado con tanta fuerza, que al anciano le costó mantener el ritmo. Luego el campesino llegó al lugar. Pasmado, contempló los hermosos caballos blancos y la gran tarea realizada. Finalmente dijo: “Nikolaus, has realizado un buen trabajo, entrégame los caballos, yo lo llevaré a la casa. Con tu arado vete a otro campo, yo te traeré otros caballos.” El anciano le entregó los caballos, colocó al arado sobre su hombro y le dijo al niño: “Ven conmigo, tengo que cumplir el deseo de mi amo.” Llegaron a otro campo, donde ya estuvo el campesino con otros dos caballos viejos y dijo al siervo: “trata de transformar también a estos caballos, te lo gratificaré.” El cielo nuevamente se había oscurecido y Nikolaus comenzó su trabajo. El niño estaba sentado al borde del campo, con la mirada elevada al cielo. Cuando cierta vez pasaba a su lado con el arado, de pronto un rayo solar pasó por las nubes y tocó al niño. Entonces el anciano le dijo: “¿en qué estás pensando ahora?” el niño respondió: “Padre Nikolaus, viejo es tu arado y lleno de mellas, quisiera yo que fuese tan dorado como el sol.” Apenas que hubiese dicho esto, el viejo arado se desintegró y un nuevo arado ocupó su lugar. Era el doble tamaño del anterior y brillaba a la luz del sol, como el oro puro. Púsose contento el anciano y dijo: “Ay niño querido lograremos un buen trabajo con esta herramienta.” Pero los caballos no pudieron mover al arado. No se movió del lugar. Nuevamente apareció el dueño y al ver al nuevo arado, estaba muy contento diciendo: “Muy bien hecho Nikolaus. Muéstrame como realiza la tarea.” El anciano trató de incentivar a los caballos, pero el arado no se movió del lugar. Entonces el niño se levantó y le dijo al campesino: “Señor, tenéis que traer nuevamente los caballos blancos, solamente ellos pueden tirar al arado.” – “Cállate muchacho, esto no es de tu incumbencia”, exclamó el dueño, “los he vendido por una fortuna, para Nikolaus será fácil conseguir nuevos caballos.” El anciano sacudió la cabeza y dijo: “Señor, soy débil y viejo; yo no lo puedo, preguntad al joven.” Entonces el campesino fue preso de ira y dijo: “Si una vez lo lograste, también tendrás que lograrlo una segunda vez. No seas tonto, te lo pagaré con creces.” El anciano permaneció en silencio con la cabeza gacha. “Ya sé que podemos hacer, quédate con los caballos”, dijo el campesino, el arado es de más valor, lo voy a vender.” Con estas palabras se alejó. El anciano desenganchó los caballos y los llevó a la granja. Ya no tenía deseo de trabajar y fue a su cuarto, seguido por el niño. Dijo el anciano: “Se acerca un tiempo difícil, pero dime ¿Cómo lograste hacer esto?” y el niño contestó: “Un rayo del sol tocó mi corazón y aquello que deseaba aconteció al instante.” El campesino empero, rápidamente había ido al pueblo para entrevistarse con el orfebre, diciéndole: “¿necesitas oro? Poseo más oro del que puedas adquirir. Venid a contemplarlo.” Entonces el orfebre lo acompañó u se asombró sobremanera al ver al gran arado de oro! Lo examinó detenidamente, diciendo luego que realmente era puro oro. Le dijo al campesino: “Eres la persona más afortunada bajo el sol, este arado posee el valor de un reino.” Al escuchar esto, el campesino sintió gran placer; llamó a sus empleados con un carro, para el traslado del arado. Pero todos se sobresaltaron al darse cuenta de que era imposible mover al arado. Todos preguntaron: “¿Dónde está Nikolaus?” un siervo fue a la casa para buscarlo. “Ven conmigo” dijo Nikolaus al niño. Es así que juntos fueron al campo. Allí estaban las personas rodeando al arado, tratando de levantarlo, pero todo era en vano. El campesino se acercó a Nikolaus diciendo: “Eres tú quien debe indicar como levantar al arado.” El anciano empero movió negativamente la cabeza mientras decía: “querido señor, no puedo ayudaros, los únicos que pueden mover al arado son los caballo blancos, pero sucede que los habéis vendido.” El campesino y sus empleados siguieron trabajando hasta entrada la noche. Luego fueron a la casa diciendo: “Mientras destrozaremos al arado y lo desenterraremos.” Pero cuando llegaron al lugar al día siguiente, la tierra se había convertido tan dura como la roca y todas las herramientas usadas para destrozar al arado, se hicieron añico. Allí estaba el valioso tesoro, siendo exento de valor. Además había traído consigo una gran desgracia. Dado que en los alrededores, toda la tierra adoptaba esa rigidez. Finalmente se extendió de un pueblo a otro, afectando a toda la tierra. El llanto de todas las personas se levantaba al cielo: “Ay de nosotros, estamos perdidos, nuestra tierra se ha convertido en roca.” El anciano Nikolaus empero preocupado, estaba sentado en su cuarto. Entonces el niño le dijo: “Padre Nikolaus, busquemos los caballos blancos. Pregunta a tu amo a quien se los ha vendido.” Entonces Nikolaus preguntó a su amo: “¿a quién habéis vendido los corceles blancos? Iré a buscarlos, puesto que son los únicos que pueden mover al arado. Dado que mientras que allí se encuentra la desgracia no se aleja de vuestras tierras.” Entonces el campesino se lamentó: “Ay ni bien estuve en camino a la granja con los caballos, un hombre oscuro cruzó mi camino y al ver los caballos, me entregó una bolsa con monedas de oro diciendo; dadme estos caballos, este es un pago abundante para los mismos.” Y se los entregué” – El anciano dijo: “Dadme ese dinero, encontraré a ese personaje.” El campesino le dio la bolsa y Nikolaus con el niño emprendió el camino de la búsqueda. Triste estaba el anciano diciendo: “Querido niño mío, ¿Por qué a causa de nosotros, tal desgracia tuvo que caer sobre la gente?” pero el niño tan solo sonreía y dijo: “Padre Nikolaus ¿recuerdas el país donde me has encontrado, al pobre sol que había perdido su luz y al enorme pantano, dentro del cual se hundiera todo mi amado pueblo, por haberse portado tan mal? Nosotros enmendaremos la desgracia.” Caminaron hasta la llegada del anochecer, cuando llegaron a una montaña. Allí se acostaron para dormir. Entonces dijo el niño: “Padre Nikolaus ¿escuchas el relincho de los corceles blancos? El anciano sacudió la cabeza y se durmió. De pronto el niño se levantó de un salto; despertó a Nikolaus y exclamó: “Padre Nikolaus, los escucho con claridad, están allí, profundamente abajo, en la tierra. Sígueme, los buscaremos.” El anciano se levantó y bordearon la montaña. En el lado opuesto, hubo una grieta en la roca. Allí un pasillo oscuro, conducía al interior de la tierra. Se agacharon, y emprendieron el camino. Cada vez más próximo escucharon al resoplar de los caballos y a su vez escucharon una voz que decía: ¡Adelante corceles, adelante! ¡Al arado moved para aquí, para allá! Esa, es la voz del personaje oscuro” dijo Nikolaus, “tenemos que tener cuidado”. Entonces llegaron a una amplia gruta y allí también estaba el oscuro personaje. Manejaba un arado, tirado por los corceles blancos; en la mano derecha tenía un gran látigo que no era otra cosa que una serpiente viva. Al divisar al anciano y al niño, de inmediato soltó al arado, fue a su encuentro y los amenazó con la serpiente exclamando “¿qué estáis haciendo aquí en mi imperio? Retroceded o mis corceles os aplastarán”. “No tenemos miedo, aquí te devolvemos tu dinero. Entréganos a los corceles blancos”. “¡Lo que faltaba!”, respondió el malo. ¿Cómo araré entonces mi tierra?” “¿Para qué necesitas tierra arada?” preguntó el anciano. “Entrégame el dinero y te lo diré”, respondió el malo. El anciano le entregó la bolsa. Entonces el hombre oscuro señaló una bolsa con granos de trigo y dijo: “Este trigo lo quiero sembrar y cosechar. Entonces seré un huésped bienvenido para los hombres, dado que carecen de pan.” “¿y qué requieres de recompensa de los hombres?’” preguntó el anciano. “Requiero sus almas en recompensa”, respondió el malo. Entonces el anciano dijo: “Átame al arado, pero libera a los corceles blancos.” El malo reía a modo del diablo: “Me encanta. Ahora eres tú, quien moverá sus viejos huesos.”. El anciano solo contestó: “Estoy preparado. Entrega los corceles al niño. Puedes torturarme a gusto.” El personaje oscuro desenganchó los corceles del arado. Pero apenas liberados, los golpearon son sus cascos contra el vientre, por lo cual cayó a tierra muerto. El anciano tomó el saco con los granos sobre su hombro y le dijo a los corceles: “Vosotros, mensajero de lo divino, llevadnos a la superficie.” Los corceles los tomaron sobre sus lomos, avanzando velozmente hacia la superficie terrestre. Los hombres estaban sentados delante de sus casas, a semejanza de sombras; nada les quedaba para comer. Cuando entonces vieron llegar a la carrera los corceles blancos, montados sobre los mismos al anciano y el niño, todos se serenaron y dijeron: “Nuestro siervo Nikolaus ha retornado, ahora la penuria acabará”. El anciano guió los corceles blancos hacia el lugar donde ese encontraba el arado de oro, que todavía se hallaba inserto en la tierra dura como una roca. El anciano Nikolaus soltó del corcel, ató ambos animales al arado y le dijo al niño: “tú serás el que guía los corceles, sembraremos el trigo.” Después de haber dicho esto, retrocedió, dado que el niño puso en marcha los corceles. El suelo se estremeció tal como sucede en ocasión de un gran terremoto, y el arado se liberó y se elevó alto y más alto. Nikolaus elevó su mirada, pero sus ojos no soportaron tanta luminosidad. Tal era el brillo del arado dorado expuesto a la luz del sol. Se dio cuenta entonces que lo estaban abandonando –con la velocidad de los rayos del sol se desplazaban por el aire. Con añoranza Nikolaus elevó sus brazos exclamando: “¡Adiós niño del Sol!” pero ya nada vio. Al bajar la mirada vio que allí donde había estado el arado, la tierra nuevamente se había cerrado, una suave lluvia caía del cielo, ablandando la tierra. Entonces el anciano siervo se inclinó, tomó los granos en sus manos y los fue esparciendo sobre el campo. Y tan fértil se tornó la tierra, que ya al cabo de pocos días los granos comenzaron a germinar. Muy pronto crecieron los tallos en cerradas hileras. El anciano permaneció allí, en el campo sembrado, cuidando la siembra. “Cuando el grano haya madurado, mis ojos se cerrarán” pensaba. Las personas visitaban al trigal que ya se encontraba plenamente en flor, y su alegría era grande. Hallaron al anciano dormido en el trigal. Pasaron de largo diciendo “nuestro siervo Nikolaus duerme, está cansado.” Mientras tanto los corceles blancos, rápidamente se habían desplazado por el aire. El arado de oro se había transformado en carruaje en el cual estaba sentado el niño guiando lo animales. De esta manera llegaron a la región pantanosa, en la cual el sol desde hacía mucho tiempo había perdido su brillo. Los corceles, guiados por el niño descendieron sobre el pantano. Tan livianos eran que no se hundieron, y el carruaje de oro se deslizaba sobre la superficie. Entonces todo el agua de la región se fue juntando para reunirse en un gran lago, siendo así que la tierra adquirió nuevamente firmeza; por doquier brotaron hierbas y flores en este nuevo campo, tal como los hubo en epodas pasadas. Entonces, el niño condujo a los corceles nuevamente al aire y corrieron en pos del sol. El niño preguntó: “Sol querido ¿aun estás triste? He aquí tu nueva tierra. Los hombres pueden vivir sobre ella, cuando tu le quieres enviar tus luminosos rayos”. Entonces el sol sonrió. Se quito su manto oscuro ya los hombres les mostró su luminoso rostro. El anciano siervo aun estaba durmiendo en el trigal. Las espigas estaban maduras, prontas para la cosecha. Entonces llegaron los niños, cortaron las espigas doradas y con las mismas preparan una corona. Sigilosamente se acercaron al anciano y colocaron esa corona sobre su blanca cabellera. “Al despertar y encontrar la corona, se podrá contento”, dijeron. El anciano empero, siguió durmiendo. Entonces un gran ángel vestido de blanco, descendió del cielo. Su rostro tenía la radiancia del Sol. Despertó el anciano y le dijo: “Nikolaus, la llegado el momento. Muestra a los hombres la nueva tierra, luego te será dado poder morir.” El anciano se levantó, en eso, se acercó una multitud, grandes y niños lo rodearon jubilosos. Nikolaus les dijo: “seguidme, os mostraré una nueva tierra. Allí el sol brillaba esplendoroso y sobre lo campos hubo una luz dorada. Los mayores le dijeron a sus hijos: “Este será el terruño vuestro, nosotros retornaremos a nuestras viejas tierras.” El anciano Nikolaus elevó su mirada hacia el sol y dijo: “Querido sol, mi corazón se ha colmado de tu luz. Permíteme morir.” Dicho esto, sus ojos se cerraron y su cuerpo se apoyó en la tierra. Todos se arrodillaron. Cubrieron su rostros a causa de la gran luminosidad. Del sol se desprendió un carruaje dorado, tirado por corceles de nívea blancura. En el mismo estaba parado el niño; descendió a la tierra, levantó al anciano colocándolo en su carruaje solar, para luego ascender. Cuando las personas luego elevaron su mirada hacia el cielo se dijeron: “Tratemos de ser como nuestro siervo Nikolaus, para que otrora también para nosotros llegue el niño con su carruaje dorado, llevándonos al cielo.”
LA CIUDAD DORADA La construcción del nuevo castillo había sido finalizada y el rey con todo su sequito se había mudado al mismo. Era un día festivo, dado que las personas jamás habían visto un edificio de tal esplendor. Reunidos en un alegre almuerzo, el rey preguntó: “¿Dónde está mi arquitecto? Ha cumplido fielmente su obra. Hoy queremos verlo aquí con nosotros.” Envió a sus siervos para buscarlo, pero al llegar a su casa la hija les dijo llorando, que su padre había fallecido: “cuando esta mañana entré al taller, lo encontré sentado en su silla, muerto”. Así lo vieron los siervos del rey – el anciano constructor sentado allí, como sumido en sueño; su cabeza apoyada en las manos y frente a él, sobre la mesa un gran libro abierto. Los siervos informaron al rey: “nuestro arquitecto no puede venir, ha fallecido durante la noche.” El rey sintió gran tristeza, sabía que había perdido su más fiel consejero. Ese mismo atardecer un joven se presentó frente al portal de la ciudad. Daba alegría al mirarlo, dado que tenía una figura erguida y una sincera mirada. Golpeó tres veces al portal ya que estaba cerrado. El guardián se asomó a la ventana y dijo: “Dime quién eres y para qué has venido” entonces el forastero elevó la cabeza diciendo: “Soy un hombre libre, razón por la cual no tengo que responder a tu pregunta. Si al mirarme tienes una sospecha quedaré aquí afuera, durmiendo bajo el cielo estrellado.” El guardián pensó: “Este joven es orgulloso, bien está que duerma al aire libre. Cierto es que es de mi agrado, hasta podría ser el hijo de un rey.” Con eso cerró la ventana y se dispuso a dormir. Al amanecer al guardián abrió el portal y el joven era el primero en entrar. Al llegar al centro de la ciudad preguntó a la gente: “¿Dónde vive vuestro arquitecto?” y le contestaron: “Has llegado tarde, acaba de morir.” Le indicaron la casa y el joven entró por el umbral. La hija vino a su encuentro y al verlo, preguntó: “¿acaso no eres el oficial al cual mi padre estuvo esperando? Supo muy bien que su hora había llegado, dado que colocó un gran libro sobre la mesa diciendo: “cuando llega el joven oficial, le entregarás este libro.” Fue al taller y le trajo el libro. El joven dijo: “Este libro es mas valioso que todos los tesoros del mundo. Gracias hermosa doncella, he llegado al destino de mi viaje.” Abandonó la casa y se sentó en la plaza, a plena luz del sol, comenzó a leer el libro. Estaba escrito con letras, que pocas personas saben leer. El joven empero dominaba esa escritura. No le molestaba que las personas que pasaban por la plaza se acercaran para mirar las páginas del libro. Leía con una devoción tal que del cielo bajó una paloma, que se posó en su hombro. Los niños se acercaron para espantarla, pero no se movía, aun cuando la tiraron de la cola. La gente decía: “Debe tratarse de un libro muy extraño, quisiéramos saber, qué se halla escrito en el mismo. Se acercó la noche y el joven seguía sentado en la plaza. Salió la una y su luz era tan clara que podía seguir leyendo. Entonces gran cantidad de personas se acercó, para contemplar al joven con el libro. Llamaron a sus eruditos, pidiendo que vayan a la plaza para descubrir el enigma. Estos hombres de gran inteligencia, se colocaron sus lentes diciendo: “Se sobre-entiende, que nosotros dominamos este asunto.” Llegaron a la plaza, vieron al joven sentado allí, leyendo en el gran libro a la luz de la luna. Los sabios hombres, parados a espaldas del joven, trataron de participar en la lectura. Todo en vano, lo cual los impulsó a afirmar: “se trata de una escritura del diablo, por eso no la podemos leer”. Y enojados regresaron a sus cosas. A la mañana siguiente, la servidumbre del palacio se lo informó al rey. Entonces también él fue a la plaza para conocer al joven con el libro, que aun seguía sentado a la luz del sol. El rey le preguntó: “Dime joven, ¿qué está escrito en este libro?” el joven no le contestó y ni siquiera elevó la mirada del libro. El rey fue preso de ira diciendo: “Si no me lo quieres decir está esperando la hora.” La paloma empero levantó la cabeza y dijo: “Aquí en este libre lugar de la plaza, todos tienen el derecho de leer lo que desean.” Nada pudo alegar el rey contra ello. El rey empero no quedó conforme. Hizo averiguar la procedencia del joven y del libro. Algunas personas habían visto que había salido con el libro de la casa del arquitecto, y así se lo dijeron al rey. Entonces el rey hizo buscar a la hija del arquitecto y le preguntó: “¿eres tú la que ha dado este libro al joven?” y ella le contestó: “sí, señor rey, dado que mi padre lo había destinado a él.” Entonces el rey le dijo: “Tu padre ha sido mi siervo. Lo que le pertenecía, también es propiedad mía. Vete de inmediato a la plaza y tráeme el libro.” Lloro entonces la joven, pero de nada le valió, tuvo que obedecer. Al llegar al lugar donde el joven estaba, este justamente había leído la última página. La paloma salió volando de su hombro y el joven cerro al gran libro. Se levanto alegremente de un salto y exclamo: “Os saludo bella doncella, mil gracias por este libro. Es para mí lo más importante del mundo.” Tristemente la joven inclino la cabeza diciéndole: “Ay querido joven, tenéis que devolverme el libro, que tengo que llevarlo al rey.” “No es motivo de estar triste”, dijo alegremente el joven, “sé todo lo que dice en su interior, y nadie me lo puede quitar”. Le entregó el libro y ella se lo llevo a l rey en su castillo. El rey lo colocó sobre su trono dorado, para luego convocar a los hombres más eruditos de su reino. Pero ninguno de ellos podía leer la escritura .El rey llamó entonces al joven y le dijo: “dime lo que está escrito en el libro, o tendrás que morir”. El joven respondió: “aunque os lo diga , Señor rey no lo podrías entender, dado que os es ajeno el idioma allí escrito.” El rey empero no aceptó esta explicación. Llamó a sus siervos y les ordenó: “tomad este muchacho testarudo y colgadlo en la horca. Voy a mostrar al público, que de nada vale la inteligencia cuando no me obedecen”. Es así que el pobre muchacho fue llevado al lugar donde se encuentra la horca, y mucha gente lo acompañaba, para presenciar el evento. La hija del arquitecto empero, amaba al joven. Al enterarse de lo acontecido rápidamente corrió al castillo y arrodillándose frente al rey pidió clemencia. El rey pensativo le dijo: si logras convencer al joven a que me diga lo que está escrito en el libro seguirá viviendo, de no ser así morirás con él. La joven corrió hacia el lugar en el cual se encontraba la horca. Allí los encargados de la ejecución, justo estaban a punto de colocarle la soga al cuello. “Parad parad”, exclamó la joven, el rey le concede la vida”. Lo soltaron y la joven se acercó a él diciendo: “querido amigo, no te enojes conmigo, he pedido clemencia por ti al rey , pero ahora también tienes que decirle lo que está escrito en el libro, de no ser así tendremos que morir los dos.” El joven la miró con ternura y contestó: “Tu eres mi querida novia. Ven conmigo, le mostraremos al rey lo que está escrito en el libro”. La tomó de la mano y caminaron saliendo de la ciudad. Sobre una colina, se encontraba un antiquísimo fresno. El joven extrajo un martillo de su abrigo y lo arrojó hacia la altura. Allí desapareció en una gran nube oscura. De esa nube descendió un rayo que cayó en el árbol. Entonces el fresno se incendió y pronto fue presa de las llamas. El joven dijo: “mira, entro al fuego tranquilamente” y su novia respondió: sí, vete amigo mío ¿que podría acontecerte? Y lo contempló dentro de la gran columna de fuego. El árbol empero no se quemó, su madera sin embargo se tornó tan blanda como la cera. El joven dividió al árbol y lo condujo hacia afuera en cuatro direcciones. De esta manera en el centro de generó una gran espacio libre. De la corona ardiente empero, formó la bóveda del techo. Una vez apagadas las ultimas chispas del gran fuego, en lugar del árbol, sobre la colina se encentraba una extraña casa. No tenía ventanas, sino un techo transparente y paredes que fulguraban en todos los colores. Luego el joven salió alegremente por la puerta y dijo a su novia: “Vete al palacio y dile al rey que venga a la colina, entonces le diré lo que dice el libro.” La acompañó al rey a la colina. El joven salió de la puerta de su casa y saludó al rey ya desde la distancia. El rey dijo: “Ya no puedo dar crédito a mis ojos. ¡Desde que tengo memoria, aquí se encontraba un viejo fresno, y de pronto estoy viendo una radiante casa!”- “Señor rey”, respondió el joven, esto era lo que estaba escrito en el libro, por favor, entrad a la casa”. Y así lo hicieron. Junto a la entrada estaba sentada una anciana que constantemente movía la cabeza hablando en voz baja. A sus pies se encontraba un banquito. “Señor rey, si queréis saber lo que está diciendo la anciana, tomad asiento sobre el banquito” dijo el joven. Así lo hizo el rey, y le contó una extraña historia. El rey cerró los ojos, dado que la anciana podía narrar de manera tal que al son de su voz aparecían todas las personas y países de las cuales estaba hablando. Y condujo al rey a épocas remotas, en las cuales aparecieron sus ancestros, todos ellos poderosos reyes, que le contaron lo que habían realizado otrora sobre la tierra. El rey hubiese permanecido allí micho tiempo así pero el joven le dijo: “sigamos andando”. El rey se levantó del banquito, pero la anciana siguió narrando, mientras seguía moviendo la cabeza. Llegaron a una gran galería redonda, allí crecían flores azules en gran cantidad y en el centro hubo un pequeño estanque. “Señor rey, sentaos al borde del estanque, contemplando el agua”, dijo el joven. El rey se inclinó sobre el estanque y en su fondo vio una ciudad dorada, las casas y calles y las altas torres eran de oro puro. Las personas que caminaban en las calles, estaban ataviadas de blanca vestimenta y parecía que sus pies no tocaban el suelo, tan libre y liviano era su paso. El rey no se cansaba de contemplar lo que estaba viendo. Pero el joven dijo: “Sigamos andando”. Entonces el rey se levantó y entraron al último recinto. En su centro se encontraba un árbol, del cual colgaban grandes manzanas doradas. El joven dijo: “Señor rey, cosechad una manzana y comed de la misma” Una vez que el rey hubiese comido la manzana, sus ojos adquirieron claridad y se vio trasladado en medio de las estrellas del cielo y escuchó, como las estrellas estaban hablando con el sol. Y le pareció que eso había sido lo más maravilloso y entonces el rey exclamó: “De esta casa nunca me quiero separar, a cambio de ello entrego mi reino entero.” El joven contestó: “Rey mío, la casa es vuestra. A cambio de ello devolvedme el libro, lo cuidaré debidamente.” Y así lo hizo el rey. La gente contempló la casa singular sobre la colina, construida por el joven. Vieron a su rey que salía de esa casa con semblante dichoso. Entonces todos sintieron el deseo de entrar a esa casa y se lo pidieron al joven. Él empero respondió: “La casa pertenece al rey, ha sido creada únicamente para él. Pero puedo construir casas así también para ustedes. Cada uno tiene que plantar un fresno en su jardín. Retornaré cuando se haya convertido en un árbol grande.” Tomó el libro y le dijo a la hija del arquitecto: “Amada novia mía, tengo que caminar un largo camino, hasta la cumbre de la montaña más alta del mundo. Si quieres puedes acompañarme.” “Esto sí lo quiero”, respondió la joven. Emprendieron el camino, llevando el libro en sus manos. Al pasar por la plaza descendió la paloma, se sentó sobre el libro y dijo: “Llevadme, soy parte de ustedes.” Largo fue el camino que condujo a las montañas, cada vez eran más empinadas. Pero aun estaban viendo huellas de pies humanos en la nieve y el joven dijo: “Mientras vemos huellas humanas, nuestra montaña se encuentra aun muy lejana.” Al cabo de muchos años, llegaron a la montaña más alta del mundo, compuesta toda ella, de hielo y nieve. Pero muy alto, sobre la cumbre, brillaba el sol. Una vez escalada esa cumbre colocaron el libro sobre la nieve, contemplando al mundo desde las alturas. La joven novia le dijo a su prometido: “Nos hallamos en cercanía del cielo. Aquí seremos dichosos.” El joven empero miró la lejanía con tristeza y contestó: “Mi corazón me impulsa hacia donde se encuentran los seres humanos, que anhelan tener sus casas. Hoy mismo tengo que abandonarte.” Dijo la novia: “Te encargo que saludes a mi amado terruño. Te espero aquí en la altura hasta tu retorno.” Es así que el joven emprendió el descenso y llego junto a los hombres, dichosos por su llegada. Lo condujeron a sus árboles y dijeron: “He aquí que nuestros fresnos han crecido, construye entonces nuestras casas.” Comenzó la tarea. El martillo arrojado ascendía hasta las nubes y un rayo descendía hacia los arboles de modo que estallaron en llamas. El joven entró al fuego, creando las paredes a partir del tronco, arqueando la bóveda mediante la corona del árbol. Una vez terminada la casa, conducía a las personas a su interior diciendo: “Tres espacios tiene la casa. Un espacio para la mañana, el otro para el mediodía, el último empero es para el anochecer. Vivid allí, y mantened todo con sagrado respeto.” Y las personas por la mañana permanecían en el primer recinto. Allí, la anciana se encontraba próxima a la entrada y se sentaron en el banquito para escuchar su narración. A cada persona la condujo lejos, a épocas remotas; aparecían los ancestros desde oscuras lejanías, contando sus otroras vivencias. Entonces las personas podían amar a la tierra de una manera mucho más profunda. Por donde fuese que orientaran la mirada, llegaba a su encuentro aquello que sus ancestros habían sufrido, habían creado. Y decían: “Vosotros, nuestros amados antepasado, os damos las gracias por todo aquello que habéis dado a la Tierra.” Al mediodía iban al gran recinto redondo, donde los recibían las flores azules, y se aproximaron al pequeño estanque del centro. Vieron entonces la ciudad dorada en el fondo apacible, transitando las personas en las calles, vestidas de blanco níveo. Y entonces decían: “¡cuán oscuras son en cambio nuestras propias ciudades; cuán gris es nuestra vestimenta! Tierra querida, ten paciencia con nosotros. Serán nuestros hijos lo que te proporcionarán luminosidad. Al anochecer empero, se trasladaron al último de los recintos. Cada uno comió una manaza dorada, con lo cual, la luz entró a sus ojos! Podían permanecer en medio de las estrellas y podían escuchar aquello que el sol le decía a las estrellas, y pudieron darse cuenta de la grandeza del sol. Viendo la belleza del sol decían: “Querida tierra, queremos que seas tan bella como el sol.” El joven empero, trabajó día y noche, dado que todas las personas querían tener una casa así. Le tenían el mismo cariño como a su rey y decían: “No existe en el mundo entero otro arquitecto como el nuestro.” Así pasaron muchos años y la ciudad se había transformado por completo, dado que ya no existían las casas viejas y por doquier existían las nuevas casas bajo la plenitud del sol. Entonces el arquitecto tomó el bastón de peregrinaje y abandonó la ciudad. Su paso aun era firme, su cuerpo erguido, a semejanza de la época en la cual había llegado a la ciudad. Al cabo de muchos días llegó a la cordillera. Vio entonces la montaña más alta del mundo, iluminada por el sol, y ascendió hasta la cumbre. Allí se encontró con su joven novia, acostada estaba a la luz del sol y dormía. Sobre su regazo estaba el libro y la paloma estaba sentada sobre su hombro. Se agachó y la besó, con lo cual despertó. Dichosos compartieron la vida. Cuando llegaban las nubes blancas y tocaban sus cabezas, les decían: “Levadnos en vuestro viaje.” Y las nubes descendieron sobre la cumbre. El joven arquitecto y su novia ascendieron y fueron llevados en un largo viaje por encima de la tierra. Vieron entonces a su ciudad con las casas nuevas. Sus techos brillaban como el oro puro y les parecía ver que las personas que transitaban las calles lucían prendas color blanco-níveo.
14.1.2016
EL PUENTE DE ORO Había una vez un rey que gobernaba un poderoso impero. Un ancho río formaba el límite de su país; tenía orillas libres y límpidas y una fuerte correntada. Nadie sabía lo qué había del otro lado del río y los habitantes del reino tampoco tenían deseo de saberlo, puesto que en su propio país hallaban todo aquello que su corazón anhelaba. Además sobre el país del lado opuesto del rio, siempre hubo una espesa neblina que lo ocultaba a la mirada. Cierto día empero en el corazón del rey nació una enorme añoranza por llegar al país desconocido y dijo a los mayores de su pueblo: “Quiero conquistar al país que se encuentra en el lado opuesto al rio. Buscad un maestro experto, que pueda construir un puente sobre el rio.” Entonces advirtieron al rey diciendo: “Señor rey, recordad, que aquellos que cruzan el rio, lo tienen que pagar son su vida. Así nos ha sido transmitido desde épocas pasadas.” El rey empero no hizo caso a sus palabras, llamó un prestigioso maestro y le dijo: “Construye cuanto antes, un puente sobre el rio, dado que quiero conocer al país que se encuentra del otro lado del rio.” El arquitecto reunió sus ayudantes y ya al día siguiente, trasladaron pesados troncos de roble y a las orillas del rio, donde en la orilla hundieron en la tierra fuertes postes. Pero apenas terminada la tarea, el agua del río se agitó como movida por una gran tempestad: las olas pasaron por la orilla y arrastraron los troncos. El pobre arquitecto, parado en la vera del rio, se lamentaba: “Ay de mi, el día ha pasado y nada se logró. Tenemos que emprender nuevamente la tarea!” los obreros obedecieron la orden, pero apenas que nuevos troncos se habían colocado, fueron barridos por la furia del rio. Al enterarse el rey, la ira se apoderó de él, llamó al constructor y le dijo: “Dado que no dominas tu profesión de mejor manera, morirás.” Y ordenó que lo decapitaran. Envió a sus siervos en búsqueda de otro constructor de puente. Y trajeron uno, famoso en toda la región. El rey le dijo “rápidamente me construirás un puente sobre el rio. Si no lo logras, tendrás que morir, si empero lo logras, serás premiado ampliamente.” El constructor comenzó su obra, pero he aquí que le sucedió lo mismo que a su antecesor. Todo lo que había construido fue devorado por el rio. Entonces también él perdió la vida. El rey empero no pudo recobrar la calma. Hizo venir a todos los constructores de su amplio reino y les dijo: “¿quién se atreve a construir el puente? A quien lo logra, le entrego la mitad de mi reino, quien empero emprende la tarea y fracasa, tendrá que morir.” Muchos hombres valientes probaron su suerte y todos finalmente tuvieron que morir. Entonces una gran tristeza se apoderó del rey – todos los días estuvo parado a orillas del rio, tratando de divisar la misteriosa tierra. Cierto día ya no pudo dominar su nostalgia y le dijo a su pueblo: “Construidme un fuerte bote, para que pueda cruzar el rio, necesito hacer eso.” Y por más que los mayores del pueblo lo advertían, no les prestó atención. Apenas que el bote estuviera preparado, el rey subió al mismo, acompañado por tres hombres vigorosos. Una multitud se había reunido a orillas del rio, así como también los dos hijos del rey. Una vez que la embarcación hubiese llegado a la mitad del rio, se levantaron grandes olas, que dieron vuelta al bote, cayendo así a la corriente los pasajeros. Muchas personas trataron de ayudar en el salvataje, pero lo único que se logró es traer a la orilla al rey moribundo. Cuando sus hijos se inclinaron sobre él, una vez más abrió los ojos y dijo: “hijos míos, he visto al país y tan hermoso es que con gusto dejo la vida por ello. ¡Hijos míos! Emprended la lucha contra el río y conducid a nuestro pueblo a este nuevo país.” Y con estas palabras el rey falleció. El príncipe mayor entonces subió al trono de sus antecesores. Su hermano empero ese mismo día se fue a orillas del rio, desde donde contempló la oscura tierra oculta en la orilla opuesta. Entonces también en su corazón despertó un fuerte deseo de llegar a ese lugar. Al caer la noche aun estaba allí y le dijo al rio: “Rio, gris peregrino terrenal, Y el murmullo de las olas le contestó: “Deplorables sois los humanos, El príncipe permaneció a orillas del río hasta el anochecer. De pronto vio como en la orilla opuesta se levantó el velo oscuro y pudo contemplar perfectamente el paisaje de la otra orilla. Allí imperaban los colores del arcoíris, los arboles estaban cargados por frutos maduros, llegando sus ramas al ras del suelo. A la distancia se divisaba la cumbre de una montaña, plena de oro. De pronto una fuerte tormenta sacudió las olas del río de modo tal que el príncipe ya nada pudo ver del hermoso país. Retornó entonces al castillo y le dijo al hermano: “hermano mío, he visto al país maravilloso, recién en ese lugar nuestro pueblo logrará ser bueno y dichoso. Ayúdame a encontrar la manera de vencer al río y llegar a ese lugar.” El rey empero tenía maldad en su corazón y le contestó: Tú eres un hombre preso de una ilusión, al igual como ha sido nuestro padre en su vejez. Yo empero ahora soy el rey, conocedor de aquello que es provechoso a mi pueblo. Aquí se vive muy bien, los que así no los sienten son agitadores que siembran la incertidumbre. Esto jamás lo permitiré.” Y el joven príncipe tuvo que callar. Se retiró a su aposento; pero esa noche no pudo conciliar el sueño. Al amanecer, nuevamente se encaminó hacia el río. ¿Cuán enorme era su alegría, al ver nuevamente al hermoso país! Pero todas las personas que allí transitaban, pasaban de largo sin ver nada. Detuvo a algunas preguntando. “¿Estáis dormidos aun? Mirad conmigo ese hermoso país y ayudadme a conquistarlo.” Pero la gente sacudían las cabezas mientras decían: “joven príncipe, nuestros ojos solamente están viendo un país gris, cubierto por un oscuro velo. Apartad vuestros pensamientos de estas ideas que os pueden costar la vida, recordad lo que ha sucedido a vuestro padre, nuestro rey”. El joven príncipe guardó silencio y con tristeza pensó: “¿de qué manera me vale vencer al rio, cuando las personas no tienen el deseo de llegar al país desconocido?”. Es así que retornó al castillo. Allí el rey estaba sentado en su trono, ordenó la presencia de su hermano y le dijo: “no es bueno, que pases tus días sumido en un sueño. Como sabes ahora yo soy el rey tu eres mi siervo, que en todo me debe obediencia. Tendrás un empleo. Nuestro guardián del tesoro es anciano, pasará al descanso. Y te ubico en su lugar. La cámara del tesoro está ubicada en la profundidad debajo del castillo, a la cual conduce un estrecho y oscuro pasillo. Quiero que sepas esto: quien ha tomado a su cargo esta tarea, jamás podrá abandonarla. Es este el requerimiento en nuestro país.” El joven príncipe se sobresaltó al escuchar estas palabras, dado que contempló la dureza en el rostro del rey y supo también que su intención no era buena. Cayó sobre sus rodillas e imploró: “Hermano mío, sé misericordioso conmigo. Prefiero abandonar al castillo como el más pobre de los mendigos, este castillo de mis ancestros, antes de vigilar durante toda mi vida tus tesoros inertes. - ¡recuerda las últimas palabras de nuestro padre, que ha dicho que llevemos a nuestro pueblo al nuevo país!” el rey empero no tuvo piedad. “¡calla!”, exclamó con gran ira, “se trata de mi imperial voluntad. Sígueme o te haré llevar a la fuerza.” Calló el joven hermano y siguió al rey, sumido en profunda pena. Bajaron por una angosta escalera, llegando a un largo pasillo oscuro, el mismo condujo a una oscura bóveda, iluminada tan solo pro un farol. El rey tomó una llave y abrió la puerta hacia el recinto, cuyas paredes y techo eran de mármol negro. Sobre almohadas de terciopelo estaban colocadas las piedras preciosas de diversos colores y brillaban como los astros del cielo. En las paredes se encontraban siete grandes arcones, tallados en madera negra, colmados con piezas de oro. En el centro del recinto empero, hubo una fuente blanca en la cual hubo una gran bola de oro. “Aquí pueden entretenerte”, dijo el rey, “contando todos los días las piezas de oro. Si tan solo llegase a faltar una pieza, lo pagarás con tu vida.” El príncipe estalló en llanto: “Ay hermano mío, esta vida me parece peor que la muerte. No pido bienes ni dinero, tan solo te pido libertad.” “Eres un desagradecido. Vete y cumple con la tarea que te he encomendado”, dijo el rey. Le entregó la llave y retornó al castillo ¿qué podía hacer el pobre príncipe? Estaba preso y había perdido todo aquello que amaba. ¿Quién podría entonces luchar con el rio? Así se lamentaba constantemente. Al anochecer llamaron a la puerta. Entró un anciano, blanca su cabellera, pálido su rostro. “Yo soy el antiguo tesorero”, dijo amablemente. No estés triste, joven príncipe, aquí estáis entre amigos. Durante setenta años he estado aquí abajo y he vivenciado muchas más cosas que la mayoría de las personas allá arriba. Toma en tus manos la bola de oro y presta atención a aquello que las piedras preciosas te quieren decir.” Con esas palabras el anciano se alejó. El príncipe tomó en sus manos la bola de oro. Entonces las piedras preciosas comenzaron a resonar y a hablar con voces sutiles: “Sufriendo estamos en plena oscuridad, El príncipe contestó: “Piedras queridas, ¿entonces también tenéis vuestras nostalgias?” las piedras siguieron resonando: “De ojos como estrellas se trata, ¿Entonces sabéis más que los hombres?” exclamó el príncipe embargado por el asombro. De se así, seguramente me podéis ayudar.” Y las piedras siguieron diciendo: De la oscura prisión salir queremos “Amadas piedras”, exclamó el príncipe colmado de júbilo, “ahora sé cómo conducir a mi pueblo a la nueva tierra. Un puente ha de construir; y vosotros, mis piedras me ayudareis”. Después de estas palabras, un profundo silencio imperó en el recinto, las piedras preciosas empero fulguraban y brillaban más aun que las estrellas. Golpeó en la puerta. Entró el anciano tesorero, trayendo en sus manos un pico, diciendo: “Príncipe mío, aprovechad el tiempo. Durante la noche haced un túnel, hasta el lugar en el cual se escucha la corriente de las olas del río, que pasa por la gruta de los gigantes. Una vez llegado a ese lugar, yo estaré para ayudaros. Durante el día debéis cumplir vuestra misión en este lugar.” Se acercó a la pared y sacó un bloque del muro. Desde allí pudo verse un pasillo que se perdía en la oscuridad. El príncipe obedeció a o propuesto y trabajó hasta el amanecer. Así lo hizo durante muchas noches y de esta manera pudo abrir un largo sendero. En el ínterin el rey gobernaba a su pueblo con gran capacidad. Tenía empero una gran dureza del corazón, y ese hecho era percibido de manera cada vez mayor por las personas. Entonces ya no querían servirle con alegría y se oponían a sus mandatos. Ya no imperaba la bendición en el país. El sol brillaba con frecuencia cada vez menor y las nubes oscuras cubrían el cielo. Cuando empero las personas se hallaban a orillas del río y contemplaban la orilla opuesta, se decía: ¿será cierto lo que estamos viendo con nitidez cada vez mayor, o estamos soñando?”. Dado que la tierra nueva en la orilla opuesta, se divisaba de manera cada vez mayor, luminosa y radiante. Entonces en su corazón despertó un ansia de llegar hacia allí, hacia un nuevo reino. Y se preguntaron: ¿dónde se halla el joven príncipe? Queremos considerar con él, como atravesar al rio.” Fueron al castillo y pidieron a los siervos, ser conducidos al lugar donde se encontraba. Los siervos sabían que en la profundidad oscura tenía que custodiar los tesoros del rey, pero se les había prohibido severamente, revelar ese hecho. Entonces fueron a ver al rey y dijeron: “Afuera aguarda una gran multitud del pueblo, que quiere hablar con el joven príncipe.” Al escuchar esto, el rey se sobresaltó. El mismo salió para hablar con la gente: “queridas personas ¿Qué estáis buscando en el castillo?”. Todos exclamaron: “Enviadnos al joven príncipe, ¡vuestro hermano!, queremos que nos ayude a vencer al rio.” Entonces el rey mintió. Lágrimas corrieron por sus mejillas, mientras les decía: “¡ay, ahora descansa en el río. Querido pueblo mío, que este hecho sea una advertencia, sed felices en este país sin desperdiciar vuestra vida.” Las personas empero fueron a sus casas descontentas, diciendo: “El rey está tramando algo. ¿Por qué ahora nos estamos enterando del príncipe?” y muchos intentaron la lucha con el rio, pero ninguno regreso. El joven príncipe seguía trabajando allí abajo en la oscuridad de la tierra. Entonces cierta noche escuchó un fuerte murmullo. El príncipe pensó: “ya no está lejana la gruta de los gigantes,” y siguió avanzando con su tarea, hasta que solamente lo separó una delgada pared de la gruta, luego regresó al recinto de los tesoros. Allí lo estaba aguardando el anciano tesorero, quien le dijo: “Ahora llevarás los siete arcones hasta la gruta, abre la pared de la gruta y no sientas temor de los gigantes. Son ellos quienes te ayudarán a cruzar al río aquí en lo profundo, cargando los arcones.” Entonces el príncipe cargó un arcón tras el otro a través del oscuro pasillo. El anciano empero, tomó la bola de oro. La arrojó hacia el techo mientras decía: “Bola de oro abre el paso, La bola traspuso al techo y la tierra oscura, a la cual abrió de par en par. Allí estuvo el anciano tesorero en el espacio abierto contemplando al cielo estrellado. De pronto escuchó un poderoso aleteo, el cielo se oscureció, dado que descendió una gran bandada de pájaros. Se posaron los pájaros en el borde de la apertura de la tierra. “Bajad, pájaros queridos. Llevad las piedras precios al rio. Allí tendréis que aguardar la llegada del joven príncipe”, les indicó el anciano. Bajaron los pájaros a la cámara del tesoro, se inclinaron sobre las almohadas de terciopelo, cada pájaro tomó una piedra preciosa con su pico, elevándose con la misma. Al cabo de ello, se cerró nuevamente el techo de la cámara. El anciano colocó de nuevo el bloque en la pared, de modo que quedó cerrada. Miró a su alrededor en la cámara vacía, luego murmuró: “Todas las queridas piedras se disuelven en la luz, se convierten en un puente hacia el nuevo mundo. Del cansado cuerpo, mi alma se desprende, a la luz se eleva, las oscuras ligaduras disuelve.” Con estas palabras falleció el anciano tesorero. El joven príncipe, recorrió con valentía el oscuro pasillo, transportando los pesados arcones hasta la gruta de los gigantes. Luego rompió la última pared separadora, abriendo el acceso a la gruta. Allí la tierra era de un luminoso color amarillo y un ancho río plateado corría por el lugar. En las blandas aguas entran el fluir de nuestro amor. Se aproximaron los siete gigantes, cada uno portando un tosco bastón en la mano. “Gigantes ¿podéis ayudarme a cruzar el río?” preguntó el príncipe. “Nada más fácil que eso”, respondieron los gigantes. “¿podéis trasladar estos siete arcones llenos de oro?” preguntó el príncipe. “No podemos imaginar una mejor carga que esa”, dijeron los gigantes. Cada gigante tomó en sus manos un arcón; el primero de ellos, a su vez llevó al príncipe, luego se dispusieron a cruzar al rio, mientras que cantaban: “Tierra, agua, aire y fuego Aportan al vigoroso fuego, Al alcanzar la otra orilla del rio, la gruta tembló y los gigantes dijeron: “Sobre la tierra hay un tormenta, aguardemos aquí”. Apenas dicho esto, se rasgó la tierra sobre ellos, arrojando al suelo al príncipe y lo gigantes. Los arcones de madera de inmediato comenzaron a arder, las piezas de oro se licuaron y corrían a modo de siete vertientes doradas. El rayo tan solo había desvanecido al príncipe; al escuchar el sonido del oro licuado despertó y reunió el flujo de las siete corrientes, de modo que fuese una sola – que en veloz correntada fluía en dirección al rio. El príncipe intentó detener la vertiente dorada, pero no le fue posible. Exclamó entonces con voz sonora: “¡Despertad gigantes!, ¡el oro se escapa!” esto lo escucharon los gigantes, despertaron y se agacharon sobre la dorada vertiente. Hicieron fluir al oro a sus manos y cada uno formaba de ello una bola de oro. Y fueron así, siete bolas de oro. Los gigantes le dijeron al príncipe: “No se ha perdido ningún granito del oro.” El rayo había abierto a la tierra, por allí subieron los gigantes dando pocos pasos y llevando consigo al príncipe. Sobre la tierra imperaba la noche oscura, sobre sus cabezas empero, escucharon un fuerte batir de alas. Se aproximaba una gran bandada de pájaros, con un aspecto de nube fulgurante, puesto que cada pájaro llevaba en su pico una piedra preciosa. Los gigantes dijeron: “Sigamos a los pájaros, pues nos enseñarán el camino al rio”. Y así fue, se veía el brillo del agua. En el lado opuesto del rio, fulguraba la cumbre de la montaña como un sol candente. El llegar a orillas del rio, los gigantes dijeron al príncipe: “Tenemos que volver rápidamente, antes de que la tierra se cierre nuevamente”. “Gracias, gigantes queridos, ustedes han sido mis fieles ayudantes”, respondió el príncipe. Entones colocaron a los pies del príncipe las siete bolas de oro, y se alejaron con grandes pasos. Sobre el rio, empero, volaba la bandada de los pájaros. Entonces el príncipe dijo al río: “Río, gris peregrino terrenal, Entonces el río se enfureció y bramó: El príncipe entonces tomó las siete bolas de oro y las arrojó al río Apenas que tocaran al agua, siete columnas se elevaron desde el río, el agua a su vez se aquietó, se tornó manso y claro, como el roció matinal. Al salir el sol oriente, el príncipe dijo: “Sol, envía tus rayos, El sol envió sus primero rayos y lo coloco sobre las columnas, formando un arco. Descendió entonces asimismo, la bandada de los pájaros. Y cada pájaro coloco una piedra preciosa sobre el arco del puente. Luego jubilosos se elevaron al aire, volaron hacia la vivienda de los hombres exclamando: “Vosotros seres humanos, ved rápidamente al río” el puente ha sido construido.” Las personas llegaron al río y vieron al puente de oro y los diamantes fulguraron en todos los colores. Frente a sus ojos empero se hallaba el nuevo país, tan hermoso como la joven mañana. Y vieron al joven príncipe dentro de la plenitud de la luz. Lo rodearon y le dijeron: “Son tu pies, los que primero deben tocar la nueva tierra, puesto que has sido tú quien ha construido el puente”. De esta manera el joven príncipe condujo a su pueblo; y al pie de la montaña dorada, construyeron sus viviendas. El mal rey empero, estuvo durmiendo hasta tarde esa mañana. Cuando finalmente despertó, llamó a sus siervos, pero ninguno lo escuchó. Se levantó entonces y recorrió al castillo entero. Pero no encontró persona alguna – todas habían abandonado al país. Bajo entonces a la cámara del tesoro ¡cuán enorme era su sobresalto! Estaba completamente vacía. Solamente encontró al anciano tesorero que muerto yacía en el suelo. Exclamó entonces: “Ay de mi, mis tesoros fueron robados”. Con ello he perdido a su vez mi poder. ¡Tierra, abre tu profundidad y sepúltame, conjuntamente con mi castillo!” esto lo escucharon los siete gigantes. Tomaron sus martillos y golpearon la tierra que entonces se conmovió. El castillo se derrumbó, sepultando al rey y al tesorero muerto. En ese momento los últimos habitantes abandonaron al país. Al estar parados sobre el luminoso puente y mirar hacia atrás, el castillo del rey desaparecía en la profundidad. Dijeron entonces: “En horabuena se ha construido el puente sobre el río. ¡Gracias a nuestro joven rey quien lo ha construido! Comenzaremos una nueva vida.” 18.01.2016
EPÍLOGO ¿Qué es la esencia del autentico cuento? Es, que relata IMAGINACIONES. Las imaginaciones son conceptos gráficos, por conservar vida: expresión de las IMÁGENES ARQUETÍPICAS, activas, generadoras de formas en la planta, el animal y el hombre. La “planta-arquetípica” de Goethe, es por ejemplo una imaginación de esta índole, de “fuerza de criterio contemplativo”. En épocas pasadas, el hombre vivenciaba las imaginaciones en una especie de instintivo estar-soñando-despierto. Eran las épocas del mito y de la conciencia formadora del cuento de hadas. El hombre y el mundo, la naturaleza y el alma, se hallaban íntimamente hermanados. La ley vívidamente creadora en la tierra y en el cosmos y la necesidad ética generadora de destino, eran contempladas y sufridas dentro de una unidad original. El hombre se hallaba involucrado en las pasiones de ciudades, en el ascenso y en la caída de múltiples jerarquías esenciales. Pero era menester que el hombre se encontrase consigo mismo. Era expulsado de la comunidad del cúmulo esencial cósmico y empujado a la individualización, a la formación del yo. Perdió la visión soñadora y despertó con respecto a la contemplación de los sentidos y la lógica exenta de vida de los conceptos abstractos. Por lo tanto en la actualidad con su conciencia ya no se encuentra dentro de un ser, sino tan solo dentro de un vacio despoblado de lo divino, solo consigo mismo. En esa desolación empero, accede a la LIBERTAD. Y como ser humano libre, recién se capacita para el AMOR. Puede tener entonces una meta propia, libremente impuesta: membrarse nuevamente a la ronda de las jerarquías, ya no meramente a modo de criatura y objeto sino participante en la construcción universal, como individualidad creadora. Pero antes que el hombre de la actualidad despierta a ese conocimiento es NIÑO. Y el niño en su evolución repite aquella etapa del instintivo soñar-despierto. No quiere ni puede pensar conceptos, de manera tal como lo hace el adulto, su alma languidece por la alimentación nutrida a través de las autenticas imaginaciones. La encuentra en todos los cuentos y mitos, que aportan una tradición venerable, como valiosa dádiva de gracia, el desértico paisaje de nuestra civilización. La imaginación no se piensa, se CONTEMPLA. En su curso no es determinada por la inerte lógica mecánica del pensamiento abstracto en términos que excluye la contradicción. La imaginación obedece a la viva ley de la metamorfosis, que incluye la contradicción, al igual como la planta, cuya flor “contradice” a la raíz. Los padres o maestros, que creen tener que privar al niño del cuento, porque según su concepto pre-concebido “no es cierto”, a partir de una intelectualidad muy cuestionable – aunque propia de la época- actúan de un modo no solamente tonto; condenan al alma del niño a la hambruna, dañando al niño, en el cual el cuerpo y el alma aún se compenetran íntimamente, también en lo físico. Es comprensible que nuestra propia época no puede ser productiva con respecto a cuentos de hada y mito. Dado que el cuento-arte, tal como lo ha planteado el cordial Andersen de manera tan atractiva, es una especie de un tipo propio que no puede ser comparado con los auténticos cuentos imaginativos. Aquel es una forma especial de la poesía, un producto de la fantasía, que lleva a cabo su libre juego con las cosas. Engaña y bromea con el juicio, mediante un arbitrariedad exenta de leyes-mientras que el autentico cuento de hadas despierta, confronta y transforma. La imaginación es lo ORIGINAL, la fantasía lo derivado. En su “Enigma de la filosofía”, Rudolf Steiner ha indicado con exactitud el momento histórico por ejemplo para la identidad griega, en el cual una facultad antigua de la contemplación de imaginaciones se transforma, se divide y se atenúa en tres direcciones: el pensar científicamente en conceptos, configurar artísticamente con fantasía y creer con religiosidad. El cuento de hada autentico, el mito real tiene su origen con ANTERIORIDAD a esta diferenciación. Donde aflora en nuestra época, lo hace dentro de una contradicción profundamente interior con respecto a la conciencia ciertamente considerada normal y es presagio de una facultad VENIDERA de la contemplación de imaginaciones, ya no dentro del instintivo sueño-despierto, sino dentro del pleno estar despierto. El cuento de Goethe de la serpiente verde, el cuento de Novalis de Eros y Fabel, los cuentos de Rudolf Steiner en los dramas de misterio, muchas poesías de Albert Steffen, están señalando ese camino hacia el futuro.
Rotraut von der Wehl
20.01.2016 |